top of page

¿QUIÉN TE NOMBRÓ MI REDENTOR?

INTRODUCCIÓN

 

¿Alguna vez vieron o leyeron algo que les impactó y lograron identificar algún aspecto de su vida que era totalmente desconocido para ustedes hasta ese momento?

No identificaba esta parte de mi vida hasta que conocí a un grupo de mujeres hermosas que me ayudaron a verme a través de ellas, a verme a través de un espejo totalmente desconocido para mí; y, lo peor de todo, luego de ver una serie. ¿Qué tan acostumbrada al maltrato estaba que no identifiqué esta parte de mi vida antes?

Hoy tengo que agradecer tanto al feminismo. Mi deconstrucción no fue fácil, pero fue hermosa y agradezco tanto el haberlo conocido porque hay partes de mi vida en las que no reconocía que fui sobreviviente de algún tipo de violencia.

 

 

¿QUIÉN TE NOMBRÓ MI REDENTOR?

Corría el año 1997, época de conmoción en el Ecuador ya que se vivía una crisis política bastante grave, la cual culminó con la destitución del presidente de la República, Abdalá Bucaram. Aquel año se habría logrado que una mujer por primera vez en la historia del Ecuador asuma la presidencia y qué bonito habría sido; sin embargo, no logró asumir ese cargo, en otras palabras, realmente no la dejaron. ¿Se imaginan la mentalidad en el año 1997 en el Ecuador? ¿Creen que iban a dejar que una mujer asuma la Presidencia? Claro que no. Pero esta es otra historia.

En medio de esta conmoción, de protestas sociales, de cacerolazos, aparece Ibeth quien, junto a su familia, se sumaba al pedido de derrocar al Presidente. Ella era una adolescente de 14 años. Era una niña mimada, sí que lo era. Nunca le faltó nada. Sus tíos y tías la cuidaban mucho, sus abuelitos se desvivían por ella, su hermana la protegía como su pedacito de cielo y su padre -¡ay, su padre!- era todo en su vida y nunca dejaría que algo le faltara o le pasara.

Era una jovencita muy bonita. Provocaba suspiros entre los chicos del barrio; pero de aquellos, solo uno logró acercarse a ella y robar su corazón.

Una noche oscura de verano,  Ibeth volvía a su casa por aquel callejón cotidiano. Se percató que detrás de ella venía él; pero, en ese momento, no quería ser su amiga siquiera y él, en compañía de sus amigas, intentaron acercarse. Una de ellas le dijo:

  • Dice que quiere ser tu amigo.

  • Sí, pero yo no -respondió ella.

Al llegar a la esquina de su casa, ella apresuró el paso y caminó a su puerta pensando en que si aquel acercamiento fue bonito o solo fue una broma de mal gusto.

En algún momento ellos coincidieron y empezaron a tener varios amigos en común. Así se conocieron y entablaron una relación, de esas relaciones adolescentes en las que creían que su amor sería eterno, que jamás se separarían e inclusive se hicieron la promesa de que su amor sería “hasta que la muerte los separe”. ¡Vaya amor romántico de adolescentes que empezó a los 14 años de ella! Con promesas que creían cumplirían, con ilusiones de un amor verdadero y eterno. Gabriel tenía 16 años, era mayor para ella con dos años pero igual eran un par de adolescentes queriendo descubrir la vida y descubrirse entre sí, descubrir su sexualidad y todo lo que un amor a esa edad te puede entregar. Tuvieron una relación larga, muy muy larga.

A los 17 años de ella se embarazaron, pero ese embarazo no fue color de rosa pues él coqueteaba con otra chica de su mismo colegio. Daniela era su nombre. Ante esta situación, Ibeth no reaccionó; al contrario, lo normalizó por la edad, por las circunstancias, por lo que sea; pero no, para nada es plausible este accionar. Ventajosamente, ella terminó el colegio después de un largo paro de los maestros que duró tres meses. Pudo rendir sus exámenes de grado ya sin barriguita pues, en ese extenso paro, ella dio a luz a su pequeño Adrián (así lo nombraron), quien nació lleno de amor, puesto que en la familia de ella solo había mujeres y venía un “varoncito” a los años. ¿Qué tenemos de malo las mujeres para que un hombre sea un premio en una familia? ¡Vaya sociedad machista!

Para ella fue un susto y parte de un amor bonito... fruto de su primer amor, fruto de una promesa de amor eterna.

El tiempo pasaba y ellos seguían juntos, “felices y enamorados”, tratando de mantener su promesa de amor aparentemente feliz, puesto que ella ingresó a la universidad y los celos de él se volvieron insoportables: la celaba con todos sus amigos, solía espiarla desde cualquier lugar de su Facultad. En alguna ocasión le hizo una escena de celos mientras ella comía en el bar con sus compañeros. Sin embargo, la relación continuaba. Dos años después nació su segunda hija. Lamentablemente Ibeth tuvo que abandonar su Carrera, no tuvo la valentía para contar a su familia que estaba nuevamente embarazada y juntos decidieron viajar a las Islas Galápagos pues la familia de él residía allí, en el cantón Isabela.

Su vida fue muy dura mientras vivieron allí. Ella era una niña mimada que “no sabía hacer nada” y su suegra que la instigaba a que aprendiera a cocinar y a hacer todo para su “marido” pues “para eso éramos las mujeres: para tener bien atendido a nuestro marido”. A pesar de esto, contrajeron matrimonio  el mes de noviembre del año 2002, en la Isla Isabela. El doloroso contraste de un mar celeste que reflejaba el cielo pintado del mismo color intenso, esas aguas transparentes y hermosas del mar, no reflejaba el dolor de ella, casándose, por amor quizás, por su embarazo. No estaba segura. Solo se casó y lejos de su querida familia, lo hizo pensando en las enseñanzas de que para Dios era pecado vivir juntos sin su bendición. La relación con su suegra cada vez se deterioraba más y la situación se volvió insostenible, así que decidieron regresar a Quito. Ella habló con su familia y ellos los esperaban de vuelta. Ahora ya con sus dos pequeños, decidieron volver.

Al volver a Quito, Gabriel empezó a trabajar en un lugar de venta de accesorios fotográficos y todo lo que esto compete. Como era  de esperarse, empezó a quedarse a libar con sus amigos (saliditas, compromisos y demás). Las peleas empezaron, los disgustos cada vez más fuertes. En una de sus famosas salidas con sus compañeros -¡oh, qué gran coincidencia!- se encontró casualmente con Daniela, la chica que frecuentaba cuando ella estaba embarazada de su primer hijo en el colegio. Ibeth no podía creerlo. Sintió quebrarse, sintió que volvía al colegio, al instante preciso de su trauma, al instante en el que le rompieron el corazón, al instante de su primera desilusión. Claro que siguieron frecuentándose, aunque él lo negara esto era muy evidente, inclusive algunas de las compañeras de Gabriel le preguntaron a Ibeth si seguían teniendo problemas por “esta chica” y obviamente su respuesta era afirmativa.

Él admitió haberse enamorado de Daniela y, por segunda vez, logró destrozar el corazón de Ibeth, lo partió en mil pedazos. Ibeth sintió su alma rota, pero de algún lugar recóndito sacó fuerzas y continuó. Lo peor de esta situación es que ella no hablaba, siempre tuvo la manía de callarse absolutamente todo. Siempre se calló, no hablaba con nadie, y hasta el día de hoy se pregunta el porqué de su silencio. Su sufrimiento era palpable, pero ella era como una roca que no se doblegaba y que guardaba silencio. Nunca habló con nadie, nunca dijo nada. ¡Qué clase de alcahuetería era esta! ¿Por qué callaba? Para que nadie hable mal de su esposo, porque así le enseñaron de pequeña, porque todo lo que haga el marido bien hecho está, porque así aprendió: a que calladita se veía más bonita, porque su “maridito de oro” se merecía el respeto de todos.

Una vez más, a pesar de las circunstancias, Ibeth y Gabriel siguieron juntos porque su amor debía mantenerse “hasta que la muerte los separe”, o porque así aprendió ella: que un matrimonio era para toda la vida sin importar lo que se viva en él, se debía luchar porque eso era lo correcto.

Lo que nadie se esperaba es que en el camino de Ibeth también se presente alguien que pudiera volver a hacerle sentir importante... alguien que le regaló un poquito de autoestima que se encontraba deteriorada, alguien que reconocía su belleza tanto física como intelectual. Alguien que la halagaba, ya que su “esposito de oro” solo la comparaba con su trauma y acababa cada vez más con su amor propio, hasta hacerla sentir que ella no valía, no existía, era fea, era tonta y demás calificativos que él pudo utilizar para poder acabar con su corazón y el amor que ella tenía guardado allí para él. Pero Gabriel no contaba que esto se podía acabar. Él pensaba que ella, en su mentalidad de “mártir”, soportaría todo “hasta que la muerte los separe”, como un día lo prometieron.

Ella conoció a alguien que la hizo sentirse hermosa, feliz y nuevamente enamorada. Alguien que la tenía en un pedestal y erróneamente mantuvo una relación fuera de su matrimonio, fuera de su “tan perfecto matrimonio”. Paralelamente, ella vivió una historia que la volvió de nuevo a la vida, una historia que estaba recogiendo y rearmando los pedazos de su corazón porque, aunque se sintiera culpable por lo que estaba viviendo, estaba siendo feliz nuevamente y esto, esta felicidad, el pedestal en la que debía tenerla su esposo, era construido por otra persona.

Gabriel empezó a sospechar por que a ella dejó de importarle, dejó de llamar, dejó de celar, dejó de llorar. Fue entonces que él optó por hackear el celular de Ibeth, descargó una aplicación en el celular de ella para que todos sus mensajes, llamadas y demás le llegaran a su correo.

Doloroso momento debió vivir cuando le llegó el primer mensaje lleno de amor, pero para otra persona. Era la confirmación de sus sospechas, ella ya no era para él, su piel, su corazón, su mente, todo lo que él tuvo un día de ella ya no lo tenía más. Todo el cariño de Ibeth, todo su ser empezó a volcarse hacia Xavier.

Gabriel, herido en su ego, en medio de su dolor, tomó la decisión de imprimir todos los mensajes que recibió, que eran de los dos, de Xavier y de Ibeth. Los repartió como hojas volantes, los entregó a la familia de Ibeth, a su papá, a su mamá. La hizo quedar mal con su familia, con absolutamente toda su familia, con sus supuestos amigos más cercanos. Solo le faltó solicitar un espacio en televisión para que todo Quito se entere (aunque Ibeth está segura que todos los que alguna vez supieron de ella se enteraron de su gran pecado, de la gran falta que cometió).

Obviamente la señalaron, la tildaron de todo un poco, la llamaron una “Eva de la nueva era” que comió del fruto prohibido. ¡Cómo se atrevió a cometer el pecado más grande de la vida! Gabriel recogió las cosas de ella y fue a dejarlas en su lugar de trabajo, en la oficina en la que Ibeth trabajaba. Quizás pretendía que ella fuera despedida. “Que aprenda la lección”, pensaría. Pero sus jefes le dijeron a ella que no estaba sola y que si deseaba ayuda estaban para apoyarla. Una vez más, Ibeth solo guardó silencio, pensando en cómo afrontar la situación. Su padre le hizo una llamada telefónica, la acabó con sus palabras, pues era la “decepción de la familia”. Su abuelita lloraba como si Ibeth hubiese muerto, con un llanto desgarrador la acusaba y le preguntaba por qué. También llamaron a Xavier, le amenazaron y le pidieron que se aleje de ella y él no supo cómo actuar.

Esa noche, Ibeth salió de la oficina muy tarde. Tomó algo para vestirse al siguiente día  delas maletas que dejó Gabriel. Ella solo contaba con su mejor amiga de la infancia, quien la llevó a dormir a su casa... la noche más eterna de la vida, quizás dormiría dos horas, pues la culpa la despertaba y la despertaba. 

Al siguiente día, Gabriel la despertó con una llamada y le dijo que deseaba hablar con ella. Que la esperaba por la noche en su casa. Todo el día, la culpa y el estrés no dejaban a Ibeth concentrarse en su trabajo y, como siempre, guardó silencio.

En la noche fue a su casa porque “debía dar la cara”, pensó. Xavier le dijo que se cuidara, que tiene miedo de que Gabriel la trate mal y quizás pueda golpearla. Estaba pendiente de ella y ella conversó con él para tratar de avisarle cualquier novedad en cuanto terminara de hablar con Gabriel.

Al llegar a casa, se encontró con Gabriel. Este le reclamó y, en una especie de teatro, actuación, en realidad no sé ni cómo llamarlo, ¿saben lo que hizo?... se arrodilló ante ella y le lloró y le gritaba que por qué si él no era malo con ella. Claro que no recordaba todo lo que ella tuvo que soportar, las malas noches que ella tuvo que pasar porque él tenía inventario en su trabajo y de pronto se quedaba sin batería en su celular y no contestaba más hasta llegar al siguiente día a casa a saludarla como si nada pasara. No recordaba las comparaciones con Daniela que tanto daño le hicieron, no recordaba que él le había dicho que se enamoró de Daniela y que ya no sentía nada por ella. No recordaba las veces que llegaba con su boca manchada de labial y osaba besarla así y cómo Ibeth siempre guardó silencio. Él pensó que Ibeth nunca se dio cuenta. ¿Cómo se atrevió a hacer tremendo show? ¿Cómo se atrevía a ponerse en el papel de víctima? ¿Cómo se atrevía a derramar una lágrima? ¡Cómo se atrevía!

Llegó la madre de Ibeth con sus hermanos, su abuelita y su suegra. En una especie de intervención la sentaron en el “banquillo de los acusados”, con la misma pregunta retórica una y otra vez: “¿por qué? ¿por qué si tu marido es bueno?”. Gabriel le dijo que se quedaría con sus hijos, que se los llevaría a las Islas Galápagos, que ella no los vería más y que, como era obvio, debía pasarles pensión alimenticia. Ibeth increpó esto, le dijo que estaba loco, que sus hijos se quedarían a su cargo y recordó que sus jefes le brindaron su apoyo (si no tenía el apoyo de su familia, al menos contaba con la gente de su trabajo). Su madre se puso de parte de Gabriel. Que “era lo correcto”, le dijo. “Que ella no sabía estar sola y que no dejaría que se quede a cargo de sus hijos”, a lo que Ibeth respondió que no. Que si era necesario un juicio, lo seguiría hasta las últimas consecuencias.

Se hacía tarde e Ibeth solo deseaba irse, salir de ahí, huir, escapar y tomar algo de aire. Pero después de tanto teatro, de tanto show, de tanta novela, de hacerla sentir como una basura, de tantas acusaciones, de tanta porquería... ¡Gabriel hizo lo impensable! Le pidió que se quedara. “”Que estaba dispuesto a perdonarla”, le dijo. “Que lo intentaran, que su promesa de amor debía seguirse luchando, qué el sería su REDENTOR”.

Como era de esperarse, la familia de Ibeth aplaudió esto. Le agradecieron infinitamente, le abrazaron y lloraron y le dijeron al unísono:

 “GRACIAS MIJO POR LUCHAR POR SU HOGAR”.

Ibeth no quería, no quería quedarse con él. “Ya no podría”, pensó. Pero la acorralaron, la emboscaron, la pusieron contra la espada y la pared. “No tenía opciones”, pensaba. Era recibir la redención de Gabriel o ser acusada eternamente de mala madre, de mala mujer, de mala hija. Era eso o podía remediar ser la decepción de la familia.

Aceptó con el alma rota, con el corazón destrozado. Con una mordaza en su boca aceptó. Su anhelada libertad se le escapaba de las manos, así tan fácilmente, gracias a que tenía el esposo perfecto, con el corazón tan grande como para perdonar una infidelidad (.? )

¡Ah! Pero Ibeth no sabía lo que le esperaba. Gabriel la condicionó: cerraría sus redes, botaría el chip de su celular, renunciaría a su trabajo y se irían a vivir a las Islas Galápagos y deberían regresar a los pies del Señor Jesús para que los ayude a consolidar su unión.

Ibeth accedió. “No tenía opción”, pensó. Sus hijos, su familia, su vida feliz y su matrimonio perfecto estaban en juego. Aceptó. Asistieron a una iglesia cristiana en donde su pastor les ayudaría a conducir su matrimonio de la mano de dios. Ibeth obedeció, se reprimió, se empequeñeció, se anuló. Simplemente desapareció. Dejó de existir, la tierra se la tragó, dejo sus hobbies, sus amigos, su trabajo, su vida por salvar un matrimonio que sería su supuesta redención.

Al cabo de tres años, que no fueron nada bonitos para Ibeth, tres años de incontables llantos, noches eternas de reclamos, maltratos y recordatorios constantes del terrible pecado de Ibeth, Gabriel conoció a otra persona y volvió a “enamorarse”. El ciclo se repetía: el príncipe azul se convirtió nuevamente en sapo azul. “Ella es perfecta”, le comentaba. “Ella no pasa en casa como tú”, le decía (olvidándosele a Gabriel que si ella estaba en casa era porque era rea de una supuesta felicidad y una falsa redención a la que él la sometió).

“¡Se enamoró! ¡Al fin!”, pensó Ibeth. Pero esto no dejaba de ser doloroso. Al fin y al cabo, Ibeth se quedó en esa cárcel por él, se anuló por completo, dejó de vivir su vida plena por vivir la vida que él le ofreció, la vida que él se encargó que fuera un infierno para ella. Su perdón fue falso, todas las noches le recordaba su gran pecado: “eres una puta -le decía-, nunca dejarás de serlo” y esto se convirtió en la canción que ella escucharía cada vez que Gabriel decidiera cantarla, durante esos tres años.

El padre de Ibeth solía visitarlos y, siempre que llegaba, miraba a Ibeht con su rostro demacrado y los ojos hinchados. Pero un día no pudo más y volvió a ser el gran héroe de Ibeth. Molesto, y con voz firme, se dirigió a Gabriel:

“NO MÁS, NO MÁS GABRIEL. USTED DECIDIÓ QUEDARSE, USTED DECIDIÓ PERDONAR O AL MENOS ESO DIJO. SI NO PUEDE CON ESTO, DÉJELA, DÉJELA Y VÁYASE. ELLA YA NO ESTÁ SOLA, ELLA ME TIENE A MÍ. SE EQUIVOCÓ Y LA JUZGUÉ. PERO NO MÁS GABRIEL, DÉJELA EN PAZ”.

Como Gabriel estaba enamorado nuevamente de alguien, no le fue difícil irse y se marchó. Dejó abierta la jaula de Ibeth, la liberó de su promesa de redención, rompió al fin su falsa promesa de perdón, la volvió a dejar libre y ella alcanzó a emprender un vuelo feliz.

Al fin esa promesa de “hasta que la muerte nos separe” se rompió.

 

 

EPÍLOGO

 

Ahora identifico que mi historia tan dulce de amor siempre fue falsa, siempre se fundó en apariencias.

Ahora identifico que, de cierta manera, siempre fui violentada psicológicamente. Las comparaciones, las críticas, los calificativos mal intencionados, todo eso fue violencia hacia mi psique y hacia mí.

Ahora identifico que pude denunciar el hecho de que alguien usurpara mi intimidad y la ponga en conocimiento de todo el mundo como si fuera noticia de primera plana.

Ahora identifico que siempre me pintaron el amor perfecto de un príncipe azul sin importar que fuera sapo azul, lo importante era tener a alguien a tu lado.

Ahora identifico todo esto gracias a mis mujeres mágicas. Gracias a ellas que fueron mi red de apoyo. No es tarde para identificar todo esto. Ahora lo reconozco y sé que no lo permitiré nunca más en mi vida.

Ahora identifico que si en ese tiempo habría conocido de feminismo, hubiera huido sin pensarlo dos veces. Habría extendido mis alas y habría volado lejos, lejos de todos los que me obligaron a someterme a esa falsa promesa de redención.

Gracias a mis mujeres mágicas, gracias a quienes se reconstruyeron y me reconstruyeron. Gracias a ellas que fueron muletas, luego fueron bastón y ahora son mis piernas rectas y perfectamente sanas con las que puedo caminar erguida.

¡ME PASÓ A MÍ, TE PUEDE PASAR A TI, NOS PUEDE PASAR A TODAS!

¡SILENCIO... NUNCA MÁS!

 

BY: FESO

bottom of page