BIOGRAFÍA
Cuando nos piden describir un objeto, una persona que está en nuestras vidas, o incluso una situación; no nos suele resultar tan complicado como cuando nos piden que hablemos de nosotras, de nuestras vivencias, miedos, de quiénes somos, quién habita en nuestro cuerpo, los fantasmas y ángeles que nos han acompañado en toda esta etapa.
El día de hoy iniciaré por hablarles de Lorena, una pequeña niña regordeta que nació en el seno de una familia con muchas personas que la llenaron de amor y cuidados durante los primeros años de su vida. Ella vivía con su mamá, sus tres tíos y sus abuelitos. Al ser la única niña de la casa, fue criada y cubierta con todos sus gustos, necesidades y caprichos. Lorena sabía que era afortunada. Realmente se sentía especial y amada, pues la forma en la que su familia la llenaba de amor no era solo con mimos y abrazos, sino el exquisito aroma a familia ... ese olor en particular que lleva la cálida convivencia.
No había una tarde sin que ella lograra percibir la mágica cocina en la que su abuelita hacía los mejores platos, sabía que el ingrediente principal no era el ajo, como ella le decía; quizá, aunque suena un poco cursi y trillado, era el amor. Quién más que Alicia (su abuelita) para llenar todos los espacios de la casa con sus risas y conversaciones, con el olor a una rica chocolatada en las tardes de lluvia o un juguito de mora frío en los días de sol. Esa mujer que, mientras barría la casa, iba bailando, silbando y cantando a todo pulmón la música que Lorena decía era de antaño y que ahora amaba con pasión. Su fiel compañero de juegos, “Ñato”, le acompañaba a pasar la tarde, mientras le lamía la pierna esperando que su abuelita le terminara de trenzar el cabello. Con él se metía a la tina del baño improvisada a jugar a los piratas y tesoros. Pero como en toda historia, no siempre todo continua así. Susana (la mamá) había conocido en algún momento de su vida a un hombre; bueno, generoso, noble y comprensivo. Formaron una pareja y, poco tiempo después, formalizaron su relación.
Para Lorena no había inconveniente con esta situación, pues ella se llevaba muy bien con Jorge (la pareja de su mamá). Él era parte de todas las personas que se encargaron de llenar de buenos y gratos recuerdos el corazón de aquella pequeña niña, esa que vivía cargada de sueños y ganas de salir al mundo a vivir grandes experiencias, como aquellas que su nuevo “papi” le leía en los cuentos antes de dormir.
Susana se casó con Jorge cuando Lorena aún era pequeña. Ella fue parte fundamental de los preparativos, ¡por supuesto que sí! Aún recuerdo, como si hubiese sido hace poco, la imagen de una niña pequeña hecha una coleta a un lado, puesta un traje de dos piezas lleno de flores coloridas y sus zapatos rojos de charol recorriendo el centro histórico, buscando con su “mami” de la mano un vestido que le quedara hermoso para la boda, un lazo con piedritas para su pequeña cabecita, zapatos de correa blancos y con un pequeño taco, de esos que hacen sentir grandes a las niñas. Sin duda, el evento fue todo un éxito. Llegaron familiares y amigos de todos lados, emocionados de disfrutar con los novios de esta nueva etapa que iban a iniciar y de felicitar a Lorena por la “nueva familia” que le habían regalado.
Pocos días después, alquilaron un departamento muy cerca de la casa de su abuelita. Mientras Jorge salía a trabajar, Susana se quedaba en casa con Lorena y fue ahí que ella empezó a notar que las cosas habían cambiado. Su mamá estaba más irritable, mucho más distante a lo que usualmente solía ser y fue en una de esas tardes que empezó la “nueva vida” de aquella pequeña niña. En una tarde llena de sol, estaba Lorena sentada en las gradas del patio posterior jugando con una de sus muñecas preferidas, cuando algo llamó su atención. Vio un insecto un poco extraño, grande, colorido.
“Ven Jenny, vamos a conocer a este nuevo amigo”, le dijo a su muñequita.
Inmediatamente puso su pancita al suelo y, gateando poco a poco, se acercó para ver cuántas patitas tenía el nuevo ser que estaba en su patio. No sabía su nombre y tampoco si podía o no hacerle daño. Ella decidió que sería una buena idea hacerle una casita para que viviera tranquilo. Entró a su casa y tomó un tarrito de las cremas de su mamá, tiró toda la crema en el inodoro y, con sus deditos, sacó todo el restante que estaba en el frasco. Se aseguró de no dejar ni una sola pizca de crema para que el nuevo amiguito no fuese a enfermarse, lavó con agua el frasco de vidrio y corrió a meterlo ahí. Al tocarlo, sintió cosquillitas en su estómago, estaba frío y áspero. Ella, emocionada de encontrarle un hogar más reconfortante, lo metió en el frasco y corriendo por el patio iba gritando:
“¡Mami, mami… mira, le construí una nueva casita a mi nuevo amig…!”
Lamentablemente, para su mamá no fue señal de orgullo sino de enojo. Se molestó tanto con ella que por primera vez en la vida sentía el miedo. La vio con los ojos más grandes y rojos que jamás había visto. Sintió sus pequeñas manitos cerrarse por el miedo, su pequeño cuerpecito quiso huir pero no fue posible. En cuestión de microsegundos, Susana ya la tenía sujeta por el brazo; sin entender aún qué estaba sucediendo, Lorena quiso explicarle a su mamá por qué lo había hecho y que ahí él viviría más tranquilo. Sintió sus ojos llenarse de lágrimas y su garganta cerrarse sin poder hablar.
“¿-Qué es esto que estoy sintiendo?, ¿Por qué duele en mi pechito?, ¿Por qué no salen las palabras de mi boca?.”, (Se preguntaba una y otra vez en su pequeña cabecita.)
“¡- Qué hiciste, traviesa..., Todo coges y dañas!, ¿No ves que son mis cosas?”,- le gritaba la madre, mientras sus dedos se cerraban más y más en el brazo de Lorena.
“¡- No mami, pero escúchame! ¡Yo le hice una nueva casa a mi amig…!”.
Por segunda ocasión no pudo terminar la frase y guardó silencio mientras, por primera vez, sintió el golpe de su mamá. El dolor más grande era ver que su mamá no la escuchaba, no le dejó explicar qué fue lo que estaba sucediendo, no se interesó en su descubrimiento y eso le rompía el corazón. Desde ese día, ya nada sería igual.
La tarde avanzaba y se sentía gris, sin color y sin saber qué hacer o qué decir. Pese al hermoso sol que había en el patio, Lorena sentía todo su ser inundado, como si algo importante no estuviera. Quería gritar, llorar y pedir ayuda pero no sabía si lo que hizo fue tan malo que el resto querría golpearla también.. Ahí aprendió a llorar en silencio, sin contarle nada a nadie.
Pasaron los días y su abuelita habló con ella y le explicó que no debía tomar cosas de su mamá sin pedirlas. Le dijo que no dude que ella le quería y que no había nada que no pudiera contarle. Pero no era tan fácil, su mamá se encargaba de contar su versión de las cosas. Cada vez que algo sucedía, ella se adelantaba a decirles cosas que sabía que dejarían sin piso lo que Lorena quisiera o necesitara decir.
Durante varios años, el dolor se fue albergando en el corazón de Lorena. El miedo era ahora un nuevo amigo que habitaba en su vida, era como un ser que estaba presente en su día a día sin saber qué era y qué no era lo correcto. Normalizó de tal manera el maltrato que lo justificaba y ya no sentía como extraño oír frases como: “qué burra eres, qué niña tonta, no piensas, no sabes hacer nada, todo lo que tocas dañas, tengo que darte de comer y encima riegas.Ella no entendía por qué las mamás de las otras niñas lucían diferentes y ellas sí abrazaban a sus hijas, les recordaban cuánto las amaban. Simplemente Lorena quería imaginar que su “mami” estaba pasando un mal momento. Tristemente para ella la situación fue poco a poco empeorando, ahora no solo eran gritos y palabras que dolían en su pechito y que retumbaban por días en su cabecita.
Ahora Susana había aprendido a hacer daño físico, desde jalones de orejas, jalones de brazo, minipellizcos, que dejaban morados los bracitos de Lorena, hasta correazos, golpes con el cable de la plancha, nalgadas dolorosas.
Transcurrían las tristes tardes entre sollozos y sueños quebrados hasta que un día Jorge llegó a casa con un hermoso regalo para Lorena...
Parado en la puerta del patio la llamaba impaciente y emocionado para que corriera a ver lo que le había traído. Ella emocionada vio que era la bicicleta que por tanto tiempo había pedido. ¡Era suya! No tendría que compartirla con nadie. Pensaba que con ella podía recorrer el mundo, ese mundo colorido que veía a través de su ventana.
Pero el obsequio iba acompañado de una inmensa noticia le iban a dar una hermanita a Lorena, una compañera de juegos y aventuras. Ella saltaba alto, casi hasta el cielo. Gritaba entonando una canción apenas inventada y con rima en la que el texto principal era “¡seré hermana mayor! ¡viviré con una bebé!”.
Tristemente, esto sólo llegó a empeorar la situación. Cuando Lorena pensaba que ahora podría tener una amiga más, su mamá se encargó de recordarle que no podía acercarse demasiado a la bebé porque era muy pequeñita, que necesitaba cuidados y que ella le podría hacer daño. Poco a poco fue más y más desplazada, en tareas no había quien le ayudara. Susana le repetía incansablemente a Lorena que ella ya era una niña grande y que no necesitaba ayuda, pero “pobre de ella” si el deber estaba mal hecho o si sacaba una mala nota porque habría un castigo ejemplar.
¿Cómo creces cuando es tu madre el ser que te enseña que “el amor duele”, que las cosas deben hacerse de “cierta forma”, recordando que “no cabe el espacio para las equivocaciones”?.
Pues bueno, así. Dicen que recordar es volver a vivir Lorena pasó de ser la niña feliz y amada, a una niña “rebelde” y “malcriada”; a no dejarse de nadie, a atacar sin topar un pelo a nadie. Tuvo que poner los pies en la tierra y saber que todos los cuentos de hadas que su padre le contaba no eran así, que no llegaría aquel “valiente caballero” a rescatar a una niña que creció a la sombra de su hermana. Así que, cual guerrera, se alistó para empezar a vivir sin miedo y sin temor a nada ni nadie. Sabía, de antemano, que el castigo ya estaba puesto, que la crítica y quizá un par de golpes ya estaban ganados. Así que se dedicó a rebelarse contra todo aquello que no cumpliera con sus estándares: “¡si no lo hago yo… quién más!”.
Fue así que por ahí, en el 2004 aproximadamente, cuando cursaba el segundo curso en un colegio que odiaba con todas las fuerzas de su corazón,Lorena estaba en época de exámenes. Era un día soleado, Lorena percibía perfectamente el olor a pavimento caliente que había en el aire, el ambiente de emociones cruzadas entre los nervios de los exámenes y la felicidad de poder salir temprano a casa, Jésica, una amiga le pidió que la acompañe a la salida a verse con un nuevo amigo que había conocido hace poco tiempo. Lorena aceptó encantada, no se imaginó jamás que estaban a punto de llegar a uno de los peores días de su adolescencia.
Cruzaron la inmensa puerta del colegio que crujía de una forma espantosa. Lorena pudo ver afuera, en la tienda, a un chico de contextura delgada, con churos, tez trigueña, con jean y camiseta blanca. Se notaba como si recién se hubiera bañado y perfumado. Se acercaron a saludar, él tenía en sus manos dos botellas de vidrio con gaseosas fría. Les invitó a que se las tomen y ellas accedieron pues, en teoría, era un “amigo”. Lorena tenía muy pocos recuerdos de lo que pasó después, era como si una gigantesca nube hubiera ocupado el lugar de esos recuerdos. Tristemente, cuando despertó vio una imagen que, difícilmente, se iría de su cabeza, Jess estaba completamente desnuda e inconsciente y ella con el uniforme desgarrado, su blusa no conservaba ni un solo botón, el cierre de su falda estaba roto y su mochila en el piso. No entendía bien qué era lo que había sucedido, pero algo internole gritaba que se levante y salga corriendo.
Miró por una de las tantas ventanas. Estaba en un segundo piso, no ubicaba muy bien quétan lejos estaba de casa. Lo único que sabía es que, si no salía de ahí, corría demasiado peligro. Sin pensarlo ni por un momento, su instinto de supervivencia le hizo saltar sin sentir dolor ni miedo… en qué más podía pensar si lo único que quería era llegar a su casa y poder sentirse segura. Corrió apenas sus pies tocaron el piso. Corrió tan rápido como sus cansadas y confundidas piernas le dejaron. Con una mano apretando fuerte la blusa y el saco de su uniforme, con las medias casi en los tobillos cruzó la puerta del patio de su casa y se acercó a tocar la puerta negra que daba ingreso al departamento en el que vivía con sus padres. Lo primero que le recibió fue una cachetada de su madre. Sí, ella acostumbraba a golpearla y romperla de mil formas. Pero esa cachetada le rompió y dolió en sitios que no sabía que podrían doler. Su padre, quien fue un respaldo en muchas situaciones de su vida, fue quién llegó para llevarla inmediatamente a que un ginecólogo le revise. (Actualmente Lorena no logra descifrar si fue suerte, el universo, un ángel... pero no pasó más allá de un susto que no le desea a nadie).
¿Cómo le afectó este suceso a Lorena? Ella no confía en los hombres muy mayores, no da ni demuestra cariño a gente que no conoce. En esta etapa de dolor, de rebeldía y de querer salir corriendo de su casa todo el tiempo llegó a su vida un muchacho joven, tranquilo, honesto, cariñoso y con don de cuidador. Al principio, a Lorena le costó muchísimo entender que se merecía todo el cariño que él le ofrecía, el lograr desaprender que no siempre todo debía ser blanco o negro, sino que había un sinnúmero de matices hermosos por conocer.
Vlady fue por un tiempo su amigo, ese amigo que se convierte rápidamente en confidente, en alcahuete de sus locuras y ocurrencias. A los pocos meses, le propuso ser su enamorada. Lorena dudó, dudó muchísimo porque no estaba aún muy cómoda con la idea de tener en su vida a una persona que le diga todo el tiempo “lo maravillosa, lo inteligente, lo hermosa” que era. Para ella parecía una forma de “ligarle” y querer convencerla de darle una oportunidad. Cuando lo aceptó le hacía sentir un poco incómoda la forma en la que se acercaba (no malinterpreten el relato, jamás le topó un solo cabello en contra de su voluntad, pero es que él era un huracán de besos y abrazos, era como esas tarjetas de san Valentín que vendían a las afueras del colegio que las abres y salen corazones y música de amor). Lorena comenzó a escuchar frases como: “¿puedo tomarte la mano?”, “¿puedo darte un beso?”, “¡Podemos salir a pasear?” “¿P O D E M O S?”. ¡Wow! Qué palabra. Era como un nuevo vocablo para alguien que siempre escucho “¡TIENES QUE!”.
Su relación avanzaba y transcurría mes a mes, entre detalles, flores, salidas, aventuras. Lorena disfrutaba con tanto amor las muchas veces que tomaban un bus sin rumbo a ningún lado con el único objetivo de pasar juntos. Ella se enamoró, lo empezó a ver como “suyo”, como su compañero. No importaba quién estaba o quién no, ella sabía que ahora había alguien que la cuidaba y escuchaba sin importar cuántas veces le hubiera contado la misma historia.
Una tarde, Vlady le preguntó acerca de un comentario que había escuchado sobre ella. Lo hizo con toda la “buena onda” del mundo. Pero ella, con todos sus faltantes, con todos sus dolores y traumas emocionales no lo tomó de buena manera. Escuchó y lo primero que hizo fue insultarlo, gritarle y, acto seguido, lanzar la primera de muchas cachetadas. Él jamás se defendió con un golpe, se asustó de esa mujer que gritaba, humillaba y que dañaba… aquella que usaba las palabras como dagas venenosas, que elegía sus palabras más hirientes para verlo acabado, para verlo llorar y poder irse. Pese a eso, se casaron. Tuvieron dos hermosas nenas y Lorena empezó a notar un poco de cansancio. Lo notaba porque el trato era diferente en la forma en que Vlady la miraba; incluso, en la forma en que discutían. Una noche hacía mucho frío y estaban solos. Vlady no sacó a tiempo la basura, Lorena podría haber buscado diez mil factores externos o hablar con él para pedirle que la próxima ocasión no se olvide de hacerlo; pero ella fue muy grosera. Se enfrascaron en una discusión de horas, entre mis humillaciones, palabras como “eres un inútil, no sirves para nada, no se te puede pedir ni lo más mínimo” no paraban de salir de su boca y, a medida que él callaba, el enojo de Lorena iba subiendo más y más de nivel. Le asustaba enojarse a tal grado, porque no sabía cómo poner un alto a esa sensación casi infernal de querer verlo si era necesario llorando de tristeza para sentir que sí consiguió algo, que no dejó a medias, que si podía defenderse y que no debía llamar a su mamá para que fuera a rescatarla.
El ambiente en casa se iba tornando más y más fuerte. En una ocasión Lorena y Vlady salieron solos a dar una vuelta, como no lo habían hecho hace mucho. Al regresar, las “nenas” no habían hecho tareas, en la cabeza de Lorena se escuchó el detonar de una microbomba imparable. Golpeó a la mayor con un par de nalgadas que dejaron su mano roja y dolorida y a ella en el piso llorando y suplicando que parara. Fue entonces que, después de casi cinco años de mal trato, Vladimir se le acercó, le tomó muy fuerte de su muñeca derecha y le frenó. Le dijo a Lorena que paraba eso de raíz o simplemente él se marcharía con sus hijas. Lorena no lo creyó capaz y se repitió ese acto en alguna otra ocasión; pero, lo que marcó la diferencia fue que ella había leído en alguna de las redes sociales algo respecto a cómo afectaba a los niños este tipo de situaciones. En ese momento, Lorena se dijo: “¡ NO MÁS!”. No se merecen esto, ellas no deben crecer temiendo por sus vidas e integridad. Al contrario, este debe ser un espacio seguro y un refugio contra todo”.
***
Hoy por hoy tengo 31 años y no ha sido nada fácil luchar y dejar de lado los fantasmas que en mí habitan para poder dedicarme a maternar sin maltrato. Aún me equivoco mucho, a veces no mido lo mucho que puedo herir con una sola frase. Pero amo infinitamente mi nueva versión, estoy agradecida con la vida por permitirme ver y vivir de una forma más amorosa y sana.