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Ella… ella soy yo

Una noche de septiembre de 2022, ella sintió que había regresado. De inmediato tomó su celular.

  • He vuelto -escribió en el chat con sus amigos, mientras en su mente aparecían un sinfín de cuestionamientos.                                                                                                                                     

  • He vuelto -escribió queriendo convencerse que en un segundo volvía a ser la de 2021.           

  • He vuelto -escribió mientras se cuestionaba: “¿acaso el miedo dejará de abrigarme? ¿Se fueron los pensamientos intrusivos?”.                                                                                                                                                    

  • He vuelto -escribió intentando olvidar con todas sus fuerzas el día en que se le rompió un poco el alma.                                                                                                                                                                 

  • He vuelto -escribió mientras se cuestionaba: “¿será verdad? ¿ya no más vacío en el pecho? ¿ya no más pesadillas?”.                                                                                                                                                                         

  • He vuelto -escribió queriendo negar que una no vuelve a ser la misma después de un trauma.                                                                                                                                                           

  • He vuelto -escribió mientras se cuestionaba: “¿ahora quién rayos me devuelve mi ilusión, mi valentía, mi tranquilidad y mi paz?”.

 

Ya había transcurrido casi un año desde aquel 3 de octubre de 2021 y ella aún se preguntaba: “¿En realidad había vuelto?”. Pero, “¿cómo hacerlo?... que alguien me explique porque yo no puedo”, decía y, mientras, las interrogantes la perseguían:

 

  • ¿Cómo hacerlo en un Ecuador que se esfuerza por sembrarte miedo?

  • ¿Cómo volver en un país en el que cada 28 horas una mujer es asesinada?

  • ¿Cómo volver en un Ecuador en el que más del 50% de desaparecidas son mujeres?

  • ¿Cómo volver en un país con una tasa de 22,2 homicidios por cada 100.000 habitantes?

  • ¿Cómo volver en un Ecuador con uno de los índices de impunidad más altos de la región?

  • ¿Cómo seguir recorriendo pueblitos y lugares si ahora el miedo y la incertidumbre se habían colado en su equipaje?

 

Ella que durante el último año ha luchado contra la sensación de miedo, impotencia, culpa y horror.

Ella que cada día se repite que ya no quiere vivir con miedo.

Ella a la que ahora le asusta la oscuridad, los ruidos fuertes, los viajes en carretera, los destinos desconocidos.

Ella a la que cada día le aterra el país de los cuatro mundos.

Ella... la que se observa en fotos y extraña el brillo de su mirada como nunca antes había extrañado.

Ella que está cansada de luchar contra lo que su mente dice.

Ella que, en ocasiones, se quiere rendir para dejar de pensar.

Ella que ha perdido el interés por cosas que antes amaba.                                                                                  Ella que cada vez que pone un pie fuera de casa se imagina los escenarios más perturbadores. Ella que a veces se levantan gritando o llorando porque las pesadillas no la abandonan y se pregunta: “¿cuándo van a terminar?”.                                                                                                          Ella que ahora evita a toda costa salir de noche.                                                                                                              Ella que está, pero no está.                                                                                                                                               Ella que evita decir lo que siente porque ya ha pasado mucho tiempo y debería estar bien.                                 Ella que siente que se ahoga mientras su mente grita “¡auxilio!” con todas sus fuerzas, mientras es incapaz de emitir un sollozo.

***

Ella era una quiteña de 26 años que amaba explorar pueblitos y rincones.

Ella... un alma alegre que disfrutaba por igual Costa, Sierra y Oriente.

Ella... con una fascinación por el cielo y todas sus fases.

Ella que amaba coleccionar fotografías de la naturaleza en todos sus matices.

Ella que con mucha ilusión preparaba su equipaje antes de cada travesía.

Ella... una admiradora incansable de la naturaleza, las aventuras y los viajes.

***

Ella, un fin de semana de octubre de 2021, después de dos años de pandemia y encierro, decide por fin explorar de nuevo su mundo. Emprendió un viaje a la Costa en compañía de su padre, Alman, y su pedacito de cielo, Sky (su mascota). Nunca imaginó que esa tarde de domingo iniciaría uno de los viajes más raros y profundos que ha experimentado.

Ella preparó su equipaje y el de Sky. Se despidió con un gran abrazo del resto de su familia y emprendió el viaje por carretera hacia la Costa. Todo transcurría con normalidad. Charlaba con su papá mientras él conducía por la nublada y sinuosa vía de Santo Domingo. Sky iba muy tranquila pues, desde cachorra, la había acompañado en otras aventuras. Entre risas, canciones y pláticas, el sueño empezó a llegar y decidió recostarse en el asiento del copiloto.

 

Había transcurrido casi la mitad del viaje. Cuando, en una fracción de segundos, todo era oscuro y el auto estaba rodeado por diez delincuentes. Ella aún los recuerda: encapuchados y con armas de fuego, con camisetas negras alrededor de su rostro como los que aparecen en los reportajes de televisión. Sus rostros no eran visibles, pero su voz... ese dialecto costeño que te puede llegar a asustar, voces frías y oscuras que no guardan ni un gramo de bondad.

Entre gritos, amenazas y los ladridos más feroces que Sky había dado jamás los obligaron a ocupar el asiento trasero, cubrieron sus rostros y posaron en sus cienes el gélido cañón de las pistolas.

 

Todo se había detenido. La percepción del tiempo y de la realidad dejó de ser la que ella conocía. La burbuja de luz, de repente, se llenó de sombra.

Ahora eran ocho en el auto. Cinco delincuentes se habían sumado a su viaje. Por el tono de sus voces, ella pudo identificar que eran dos tipos entre 30 a 50 años y tres jóvenes que tal vez no llegaban ni a los 20. Todos estaban armados.

 

  • Auuuu, Auu, Auuu -coreaban, mientras el auto abandonaba la carretera principal.

  • Nos vamos a llevar el carro, nos va a servir para hacer “las vueltash”. Necesitamos plata. ¿Cuánto nos puedes dar para devolverte el carro?, le preguntaron a papá. ¿Qué más llevan?

Mientras el auto empezó a desviarse por vías llenas de piedras y huecos, ella pellizcaba sus manos porque se aferraba a la idea de que se había quedado dormida; y, por más que pellizcaba, no lograba despertar porque todo era real.

Abrazó con fuerza infinita a Sky y, entre sollozos, le pidió que no ladre más mientras sostenía la mano de su papá, como lo hacía cuando era pequeña y tenía miedo.

Un intento de llanto fue suspendido por el instinto de supervivencia: No puedo llorar ahora, si lloro se van a alterar y no quiero morir así. Respira por favor, respira, pensaba mientras registraba en su memoria cada sonido y frase que escuchaba. De alguna manera, sentía que, manteniendo algo de calma, podía salvar su vida y proteger a su padre y a Sky.

 

  • Ese perrito está bonito, justo ayer mi hija me pidió un perro. Me la voy a llevar, dijo el que conducía.

  • ¡Por favor no se la lleven!, alcanzó a decir con la voz entrecortada. “¿Cómo este tipo de gente podía tener hijos?”, ella se preguntaba.

 

Las amenazas de disparar, de cortarlos en pedazos y “hacerlos fritada” se combinaban con el “crac-crac” de las ramas de los árboles al chocar con el auto, con las piedras saltando y chocando con la carrocería y las llantas. A lo lejos se distinguía el fluir del agua de lo que parecía ser un río. Por favor que no se detengan aquí, por favor que no se detengan aquí, por favor que no se detengan aquí, rogaba mientras se preguntaba ¿cómo saldremos de aquí si nos arrojan al río?

 

De repente, el auto se detuvo en una pequeña entrada al costado de un camino de tierra. La oscuridad los invadía y apenas se podían vislumbrar las siluetas de las hojas de plátano. No estaba segura cuánto tiempo había transcurrido desde que todo comenzó. Entre gritos y amenazas, los obligaron a bajarse. Hicieron que se pongan de rodillas y de espaldas al auto.

 

-Cierren los ojos mierda, no se muevan, no nos vean, gritaban mientras el cañón helado del revólver se posaba en la frente de ella y de su padre. El sonido del mecanismo del revólver hizo que en su mente se reproduzca una velocidad inigualable todos sus recuerdos: los buenos, los malos, los tristes y los alegres. Por primera vez vio a los ojos a la muerte y mientras la contemplaba pensaba en mamá, en su familia y en todas las cosas que aún no había hecho.

 

-No quiero morir todavía, no fui mala para morir así, quiero abrazar a mamá. Por favor que no nos hagan daño, por favor que no nos lastimen. Perdón por este viaje papi.

 

La incertidumbre y la indefensión poco a poco se apoderaba de ella, mientras tres sujetos requisaban el auto en busca de todas sus pertenencias.

 

  • Por favor no nos lastimen, llévense todo pero no nos hagan daño, repetían al unísono ella y Alman, su padre (seguramente Sky en su idioma también lo hacía).

  •  

Después de unos minutos, los empujaron hacía uno de los terrenos lleno de montes y plantas de plátano. Los acostaron bocabajo y procedieron a amarrar sus manos. El final estaba cerca, pensó ella. Pero el “piipipiipi” de la alarma del auto congeló esa posibilidad.

El “piipipiipi” incesante había alterado la mente de estos... ¿tipos? Ella no sabía cómo llamarlos. A empujones y gritos los subieron de nuevo al carro para continuar con el recorrido y una interminable lista de amenazas y posibles desenlaces.

 

  • Les vamos a disparar en las piernas.

  • Les haremos picadillo.

  • Les haremos fritada, los vamos a comer cuando tengamos hambre.

  • Los vamos a llevar a un lugar cómodo para que pasen ahí.

 

Ella no lograba comprender cómo alguien puede apuntar con tal frialdad un arma en la frente de otra persona. cómo alguien puede decir estas cosas, qué tienen en su alma, qué son ¿Psicópatas? ¡Sí! Su actuación concordaba con las descripciones de los libros.

El tiempo se volvió eterno.

 

  • Los vamos a llevar a un lugar cómodo para que pasen ahí.

  • Los vamos a llevar a un lugar cómodo para que pasen ahí.

  • Los vamos a llevar a un lugar cómodo para que pasen ahí.

 

Esa oración resonó en el aire y pensó: Nos van a secuestrar, ya valimos. Inmediatamente, la imagen de su mamá, de sus abuelitos, de su familia y de sus amigos se posó en su mente. No era justo dejarlos así. Lo único que logró hacer fue encomendarse a la divinidad.

 

  • Virgencita protégenos, mamita no permitas que nos maten. ­

 

Minutos después, el auto se detuvo. Los bajaron, los internaron en una plantación de plátano, los amarraron. Poco a poco el sonido del auto dejó de ser perceptible. Se llevaron todo, pero Ella, Alman y Sky habían sobrevivido.

 

Se acabó, pensó un poco aliviada de que mamá no tendría que buscarla con su foto. Agradeció no ser una cifra más en las estadísticas de muerte y desaparición.

Se acabó, pensó, pero se equivocó…

Ella... soy yo.

Mika

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