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¡ESTOY SANANDO!

Cae la tarde, camino por el centro histórico de Quito. Mis ojos se deleitan mirando el Palacio de Gobierno, el Palacio Arzobispal, el Municipio, la majestuosidad de sus iglesias; en fin, todo lo que conforma este hermoso lugar. Tomo asiento en una banca, contemplo la puesta de sol concentrada en mis pensamientos.Escucho el llanto de una niña. Junto a ella un hombre con correa en mano dice: "¡para que aprendas, cállate!". Me dirijo al hombre y digo: "¡señor, no le pegue!". Él responde: "¡cállese... no se meta!".Me retiro, sigo mi rumbo. Me queda grabada la imagen de la niña y recuerdo episodios de mi vida.En un espacio verde extenso, muy extenso, y en un patio de tierra inmenso juego, canto, bailo, corro, salto, brinco, grito, junto con mis hermanas, hermanos y niños de la vecindad. Me siento alegre, contenta... ¡soy feliz! ¡soy libre! Llega el desencanto al oír una voz que dice: "¡adentro, a dormir!". No duermo, continúo en el juego, en la gritería con mis hermanas y hermanos hasta que mi padre, con correa en mano, me azota una y otra vez y escucho: "¡para que aprendas, cállate!".Los correazos son frecuentes. No solo porque no duermo pronto, sino por todo lo que le parece incorrecto. Siento dolor en el alma, en el corazón, en el cuerpo. Crezco en un ambiente de violencia física, verbal y psicológica.Me convierto en una niña, una adolescente, una joven, una adulta triste, desmotivada, desvalorizada, con autoestima baja.Formo mi propia familia y él actúa igual que mi padre, hasta que un día mis hijas me hacen caer en cuenta que solo veo los defectos de los demás y no los míos, y lo agresiva que soy.Me cala hondo su sentir.Tomo una decisión importante, ir a terapia psicológica. No es fácil, es paso a paso.Hoy que soy adulta mayor puedo, por primera vez, escribir y contar un pedacito de mi historia.¡Estoy sanando!

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