FUI MARIONETA
“Fui marioneta, tu trapo de muñeca
La margarita pisada en la maleza
¡Uy!, cuánto costó salir de ahí
De la vida que no era tan vida
De la muerte acechándome al frente
Pude ser otro número de un expediente”
Kany García – Justito a Tiempo
Después de 2 años 7 meses de haber encontrado a mi “príncipe azul”, se transformó en un monstruo que desconocí. Que trataba de buscar detrás de sus gritos y su risa burlona al hombre que me juraba que quería una familia conmigo y que me consideraba su “esposita”. Sosteniendo mi teléfono llorando en mi trabajo con un ataque de pánico y sintiendo que el corazón y los pulmones se me estaban colapsando; era un día soleado, pero solo escuchaba el palpitar de mi corazón y leía el mensaje una y otra vez que decía: “No voy a perder mi vuelo. Déjame seguir adelante con mi carrera por qué no puedo hacerlo contigo. ¡Me tienes harto!”
Sin embargo, Alberto no fue así cuando lo conocí. Él era capaz de llegar a cualquier lugar donde yo estuviera, que a pesar de que no tenía dinero era capaz de conseguir mis galletas favoritas sólo porque sabían que eran mis favoritas. Solía escucharme, me abrazaba sintiéndome como en puerto seguro y cantaba con tanta alegría. Incluso ganó el premio al mejor compañero de noveno semestre, ante la vista de todos era una persona esforzada y correcta, era tan bromista y a la vez tan exigente con ser un buen profesional y amigo.
Pero al mes, salió a un viaje que su ex novia le había pagado y que debía confiar en él me decía. En ese momento sabía en mi interior que debía dejarle, que eso no era correcto; porque apenas llevábamos un mes y él iba a ir a Chile por dos semanas para convivir con su ex. No pude y ahí empezó mi descenso, porque me bajé del pedestal donde yo estaba y lo empecé a subir a él.
Con el paso del tiempo sí iba a algún concierto o quería hacer alguna actividad sin él, se molestaba y se iba a tomar con sus amigos. Una vez desapareció un día entero, y se excusó diciendo que fue porque yo me fui al concierto con mis amigos y que todos sus amigos le habían dicho: “seguramente esa tipa se fue con alguien, ya para esta hora ha de estar devolviendo el valor de las entradas”.
Sus amigos del barrio me trataban como una fácil y en una ocasión hasta me gritaron en el teléfono que lo dejara en paz. Jamás salió de su boca una palabra que me defendiera de los ataques permanentes que lanzaban, como dardos solo por no vivir en las mismas condiciones que ellos y porque tenía padres que me amaban y protegían. Además, que siempre creían que yo era una persona que había tenido todo fácil y que a diferencia de él y sus amigos no conocía el concepto de pasar pobreza y necesidades.
Pasando el tiempo pase de ser la enamorada, la “esposita”, la “amorti” a ser sólo la chica con la que tenía sexo, la que aguantaba los gritos y las frustraciones del día. Que no podía reclamar nada si lo veía escribirse y enviarse fotos sexuales con sus “amigas” a las madrugadas o sí su ex novia le decía que era una estúpida por pedirle que ponga fotos conmigo, pero que estaba correcto que subiera fotos con ella a sus redes sociales; porque, quien era yo para pedir algo, si en sus palabras era considerada “una fácil” y la que se había inmiscuido con la facultad, porque admítelo te sacaron fotos y videos con ese chico de la facultad que todos saben lo que hacía. ¿Quieres que me avergüence por salir con alguien como tú?”. Con esa bandera enorme roja no tenía la habilidad de irme, me habían enseñado que una mujer podía ser tratada como fácil y ser menos valiosa por no ser virgen; ¿cómo se suponía que iba a refutarle a Alberto que no me tratara así? pese a que era una enorme mentira que se había fabricado entre sus amigos de la facultad que se enorgullecían y alardeaban si salían con una chica y eso les daba todo el “derecho” a argumentar cualquier barbaridad de las chicas que tenían el infortunio de aceptar una salida con ellos. Haciendo un paréntesis a el porqué no podía irme era porque mi madre siempre me trataba desde pequeña de “puta”, por no hacer lo que ella consideraba adecuado para ser una mujer recatada. Tenía 14 años cuando me llamo puta frente a mis amigos solamente por haber llegado después de las seis de la tarde.
Para Alberto, fui la posible boya económica para construir “la casa de los sueños” en el terreno de su padre. Pero algo dentro de mí me decía que ese no era el plan que quería, que no me veía invirtiendo mi dinero en un terreno que no era mío y además sus padres ni siquiera sabían de mi existencia, ¿cómo podía imaginar un futuro donde no conocían quien era yo? Si me escondía y mentía cada que salía conmigo diciéndole a sus padres que estaba con sus amigos.
El abandono que me hacía sentir Alberto y que se lo permitía era cada vez peor. Porque a cada momento que no sabía de él sentía una gran aflicción, empecé a girar mi mundo a un mensaje, llamada, a un visto en mi estado. A fingir y demostrar que en mis estados todo estaba bien, me esforzaba publicando y etiquetando cosas tiernas con Alberto. Pero de su lado, el silencio absoluto; a cuenta gotas lo que me respondía, más no teníamos conversaciones. Llegó el punto en que muchas veces le preguntaba a mi app “Alexa”, cuantas horas faltaba para que amaneciera y podamos conversar.
Llego octubre, y a los dos años de estar juntos quede embarazada. Fue un golpe muy fuerte para mí, pese a tener estabilidad económica y un buen trabajo no sentía que estaba lista para cuidar a un bebe y ser responsable por él. Cuando se lo dije, fue la primera vez que veía esa mirada tierna y dulce que al inicio de la relación tenía. Por momentos pensé que nuevamente me había ganado su corazón, él estaba feliz y yo angustiada.
Al mismo tiempo, por mi cabeza pasaban mil cosas, que tenía miedo a no ser una madre correcta, a que sí él se iba no sabría qué hacer. El embarazo avanzaba y mis miedos crecían. Decidí que no iba a poder sostener un embarazo y la carrera profesional que quería. En ese momento de mi vida, no había espacio para formar una familia y progresar con mi profesión. Decidí suspender el embarazo. Él me cuido durante las dos veces que intentamos interrumpir el embarazo, pero ahora que reconecto las ideas esos dos procesos me debilitaban emocional y físicamente. Quería a ese bebé, pero no podía y él quería ese bebé a costa de que mi vida quedara suspendida.
Celebrar mi cumpleaños no fue agradable, porque me sentía sola y vacía, no sabía a quién decirle que eso me estaba ahorcando y asfixiando la vida. Una vida que ya no quería, que me costaba sostener con mis manos. Y en ese mes también paso que Alberto encontró trabajo en Guayaquil, él por fin logro su objetivo. Pero me pregunté internamente, si el hecho de irse era porque quería perseguir sus metas incluyéndome en su plan de vida o era una oportunidad para dejarme y avanzar sin mí, y olvidando todo lo que pensé que significábamos.
Las respuestas me llegaron cuando en enero me prohibió llamarle o estar en contacto con él, usando como justificativo que yo era demasiada intensa y que no le dejaba avanzar. Sin embargo, tuve un momento de lucidez en el que le dije que esta situación se debía arreglar y que debíamos hablar frente a frente. Por primera vez después de 2 años pude confrontarlo y decirle: “Tus actitudes me lastiman. Si no estás dispuesto a trabajar como pareja, ya es mejor separarnos”. Pero sabía que no me imaginaba una vida sin que él estuviera. Había desarrollado dependencia emocional y no me había dado cuenta.
Pasaron los meses y tenía que demostrarle que había madurado, como solía decir siempre que cerraba las llamadas, evitando estar en contacto con él y solo esperar su llamada o un mensaje alardeando de sus logros en Guayaquil. Fui a visitarlo dos veces, pero la primera vez quería que me hospedara en una habitación de mala muerte. Esa noche me sentí como una niña de 4 años que estaba hablando con su padre, porque él me sostuvo en sus brazos, después de decirme que mi existencia era un error. Nuevamente la bandera roja, nuevamente no podía irme. Su molestia incrementaba por exigirle que merecía un mejor trato, terminé pagando la nueva habitación y la comida.
Con el pasar de los meses en Guayaquil, mis ataques de pánico incrementaron y la angustia y la soledad se sentía en cada centímetro de mi cuerpo; la única forma que procesaba tanto dolor, era dejando de comer y encerrándome en casa. Dejé a un lado mis actividades laborales, mi familia y mi propia salud. Desaparecí y solo era un fantasma, una marioneta que estaba dispuesta a seguir las órdenes del psicópata sin dudar.
Mayo, llegó y Alberto empezó a aumentar los malos tratos. Las peleas cada vez incluían las palabras “loca”, “bipolar” y “desquiciada”. Y aun así no podía irme, mis pies y mi mente estaban atrapados en una relación con Alberto. Llego el punto en que pasaba todo el día pendiente a mi teléfono solo por un mensaje que mi corazón y mente creían necesarios, porque no sabía quién era sí Alberto no me hablaba. El 12 de mayo, mi ataque de pánico había durado más de dos días y empecé a llamar con desesperación a Alberto, buscando una respuesta para entender por qué me sentía tan mal; solo recibí gritos y que me dijera: “Tú estás mal psicológicamente, eres bipolar, debes hacerte ver con un doctor que te envié pastillas. Porque eres loca, y yo no quiero una relación donde todo el tiempo sea reclamos y gritos, que me hagan sentir una persona que no soy. Te das cuenta en la persona que me has transformado, ni siquiera mis compañeros de trabajo que tiene esposas les llaman tanto como tú que me llamas”.
Otra bandera roja, otra oportunidad para irme. Pero no pude, mi niña interior no podía entender porque nuevamente la abandonaban.
Al día siguiente le empecé a llamar con desesperación porque sus amigos me dijeron: “Alberto ya no va venir a Quito, él dice que está agotado mentalmente y no quiere celebrar su cumpleaños en Quito!”. La impotencia y la rabia me dominaron, porque la persona que amaba pensaba eso, me estaba dejando a un lado, por medio de un mensaje de texto. Lloré y grité, le supliqué que no me dejara. Ninguna de mis palabras fue escuchada. Decidí ese momento después de hablar con mi red de apoyo y mi compañera de trabajo, que fueron la contención, viajar a casa de mis padres. Sin embargo, durante el trayecto de viaje me puse en peligro, porque me preguntaba: ¿Quién soy yo sin Alberto?, ¿por qué me deja?, ¿estará mejor la vida, sí desaparezco?
Cuando llegué a casa de mis padres, abracé a mi papá y lloré. Esa noche en mi verdadero hogar, mi padre me dijo los siguiente:
“¡Si vas a llorar la vida entera, hazlo! Pero mientras tú sigues llorando él pendejo ese está viviendo la vida, capaz ya con otra chica. ¿Pero tú vas a quedarte ahí?
Esta situación es para decir no me voy a quedar así, voy a levantarme dejar de llorar y demostrarle a ese pendejo y a los vagos de los amigos, que soy buena y que él no me va a ver llorar. Porque Dios le envió a ese pendejo lejos, porque sabía que él no sumaba a tu vida”
Eso basto para cambiar todo, para quitarme las ideas que durante 2 años 7 meses implanto en mi cerebro. Admito que tarde en dejar de llorar 2 semanas, y que el apoyo de mis padres fue necesario. Tenía que volver a construirme, descubrir quién era en realidad y no lo que mis parejas querían de mí. La terapia y el contacto cero permitieron darme cuenta que en realidad no amaba a Alberto, que tampoco estaba obsesionada con él, como decía mi madre. Forme un vínculo emocional con un psicópata, que ataco a la niña pequeña y que se alimentaba de su miedo y su rabia.
Finalmente, puedo decir soy la mujer fuerte y valiente que durante muchos años se ocultó, buscando amor en relaciones disfuncionales, que aceptaba lo mínimo por miedo a estar sola o abandonada.
A pesar de que ahora mi padre no está, sus palabras me rezumban en los oídos y ahora sé que nada me va detener porque ya abracé y doy amor a la niña interior que era un pajarito lastimado. Ya no más, nunca más. Soy más que una relación amorosa, soy B.M.