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LA ESPIRAL SIEMPRE ES HACIA DENTRO

En el centro del planeta nace una luz, Killa. Con tanto brillo que es capaz de iluminar la vida de su familia que la espera con ilusión. A su corta edad es capaz de sentir el amor inmenso de su padre y su madre. Killa vibra ante las muestras de afecto. Los cuidados, caricias, besos y protección que le brinda su familia le permiten brillar cada día más.

La vida sigue su curso y viene una nueva luz a la familia, otra y otra más -y ya son seis-. Su padre y su madre no saben cómo contemplar tanta luz al mismo tiempo. Es mucha luz. Así es como la familia centra su atención a la que “más necesita” y, como suele pasar cuando tienes muchos fueguitos, a tu cargo mientras atizas unos, otros se apagan. Es mucho trabajo y por más que te esfuerces no lograrás mantener encendida la llama de todos por igual durante mucho tiempo.

Creo que eso fue lo que le pasó a la familia de Killa. 

Así es como ella empezó a mirar que no solo tenía luz en su interior, también tenía oscuridad (no sabría decirles si esto es la sombra).

Killa crece cada día más y, al contrario de brillar, se opaca. Ella siente cómo las manos que la despiertan por la noche le roban su inocencia, le roban su luz. Y ya no son unas manos, ahora son dos, tres, son muchas y ya no sabe cómo escapar.

De aquella luz que nació aquella noche de febrero no queda mucho, solo ganas de volver a brillar.

Así pasaron los años y Killa ya es toda una mujercita -así le dice su familia-. El tiempo vuela y ella viene y va. En medio de ese trajín intenta brillar, pero mira a su alrededor y hay muchas luces que brillan más que ella.

Killa se pregunta: “¿Qué me pasa? ¿Por qué se apaga mi luz?”.

Así ha empezado un cuestionamiento intenso que muestra cómo su luz se opaca en medio de preguntas que solo profundizan su malestar. De pronto, una chispa dentro de Killa salta. Es un recuerdo de la última vez que se sintió vibrar. Es el recuerdo de su madre: una mujer hermosa que la mira, le sonríe y le acaricia el rostro. ¡Qué hermosa escena! Killa sonríe, recuerda su aroma sus besos, sus caricias y se pregunta: “¿Dónde conseguiré tanto amor?”.

Mientras piensa, a lo lejos mira que se aproxima Tuta, un hombre alto, serio y formal que irradia una energía que Killa nunca había sentido antes. Tuta tiene mucha luz, pero es extraña: su tono es semirojizo, como la caída del sol al atardecer. “¡Es hermoso!”, piensa Killa. Sus ojos le arden, pero no puede dejar de verle.

Tuta se aproxima con una sonrisa inmensa y le extiende su mano, mientras Killa afirma para sí misma: “¡Esto tiene que ser amor!”. Corresponde extendiendo la mano. Así empieza su viaje en una montaña rusa (lo digo por las mariposas en el estómago y el sinnúmero de emociones nuevas). La luz de Killa se aviva como si a su alma se le hubiera echado un puñado de energía tan fuerte que nunca se va a apagar.

Y ahí va Killa de la mano de Tuta. Se la mira y se la siente radiante.

Pero la montaña rusa es divertida solo un par de vueltas. Después puede ser tan agobiante, hasta el punto de hacerte vomitar. Tal vez eso fue lo que le pasó a Killa porque su nueva luz parece haber sido solo un espejismo: igual de rápido como llegó, se fue.

Las mariposas en el estómago nunca se fueron. Cada vez que ve a Tuta vuelven a aparecer. Me pregunto si Killa sabe qué es la ansiedad. Después de todo, si fueran mariposas ella seguiría brillando. Pero, al contrario, su familia y personas cercanas la notan distinta -las pocas veces que la pueden ver porque casi siempre esta con Tuta-. Killa también se siente extraña: feliz, tranquila cuando Tuta está alegre (cosa que sucede cada vez con menos frecuencia) y a momentos se siente vacía, sola, triste y con miedo. Si bien estas sensaciones están en su vida desde que empezó a perder su luz cuando era niña, ahora están más intensas y eso la asusta porque otra vez se siente atrapada.

Así pasaron los años y Killa definitivamente está distinta, no podría explicarles cómo. Tal vez se asemejaría a un atardecer, pero no me refiero a esa caída hermosa de sol con múltiples colores, sino a ese último instante de luz. Las personas aún pueden ver la luz interior, pero había algo al frente que la opacaba. Killa sabía que no era solo Tuta porque ya se había sentido así antes y estaba cansada, ya no le quedaba energía para intentar recuperar su luz.

Killa estaba a punto de aceptar su destino, pensaba que tal vez es normal perder luz con los años. Una tarde de mucho sol, mientras caminaba en la comunidad, se dio cuenta que había un grupo de mujeres que irradiaban una luz muy hermosa, mujeres de su edad e incluso mayores que ella.

Killa se pregunta “¿cómo lo lograron? Se ven felices y radiantes”. Al mirar alrededor del grupo, se dio cuenta que había un ave de muchos colores que volaba, podría ser un colibrí. “¿Será él quien les da luz? ¿Cómo consigo uno?”. Lentamente se acercó para intentar atraparlo, pero el ave se desvanecía en el aire, como si solo fuera fruto de su imaginación; sin embargo, Killa lo podía ver y sentir cuando se acercaba. 

Mientras admiraba la magia de ese momento, Killa decidió juntarse con todas las mujeres cercanas a ella y compartir una tarde. Ese día, su colibrí la visitó por primera vez. Era Alliyay, una bonita ave que irradiaba una luz de colores fosforescentes desde su pecho a todo su cuerpo. Killa se sintió distinta ese día. Disfrutó tanto de la compañía aun sabiendo que al irse a casa Alliyay también se marcharía.

Al caer la noche, caminó a casa pensando cómo lograr que Alliyay la visite nuevamente. No podía pasar solo en reuniones, todas tienen obligaciones que cumplir. Así que decidió simular una nueva reunión. A la mañana siguiente, se despertó emocionada. Se puso su vestido más bonito, pues quería estar hermosa para que su colibrí se quede por mucho más tiempo.

Mientras se arreglaba, volvió a aparecer Alliyay. Hermosa como solo ella, la rodeaba toda. Killa estaba muy feliz de verla. Decidió meterse a su tina a tomar un baño de agua caliente y espuma. Apagó su celular y solo se dedicó a admirar a este hermoso ser que ha empezado a visitarla. Solo se dedicó a sentir su luz, aquella que empezaba a crecer desde su interior.

Desde ese día, Alliyay empezó a visitarla con frecuencia y Killa le daba una muestra de afecto, respeto, cuidado y protección... exactamente lo mismo que recibió de su familia cuando nació su luz.

Y ya no solo eran baños en tina y amigas. Ahora había paseos, tardes de lectura, familia, bailes, descanso, medicinita, ejercicio, buena alimentación y algo particular que descubrió: una amiga muy especial con quien se ve con frecuencia para hablar de todo aquello que había vivido, para hablar de aquellos días que no son de tanta luz. Creo que podría ser una terapeuta. Killa descubrió que la vida funciona en forma de espiral: el crecimiento es constante, no se detiene y nos permite recuperar nuestra luz, nuestra esencia cuando es hacia dentro.

Y ahí está Killa, acostada en el césped en medio de la nada, sonriendo y disfrutando de sí misma y de Alliyay que ahora la acompaña a todos lados. Se alejó de Tuta. Fue complejo al inicio, pero cuando su luz volvió todo fue más fácil así que también decidió distanciarse de todo aquello que le robaba su luz y empezó a rodearse de las cosas buenas que la vida le regala, sobre todo de aquellas personas maravillosas que la aman…

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