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MEMORIAS DE UNA ANSIOSA

Aún no son tan lejanos los recuerdos de aquella pesadilla. Una prueba positiva de embarazo de seis semanas en cuatro semanas de pandemia. Memorias crueles y oscuras de las consecuencias de un falso amor y de una sociedad muy cruel. Una sociedad que apunta, señala. Una sociedad que juzga.

Aún no dejan de doler las lágrimas de desconsuelo, el recuerdo de las miradas de mis padres al enterarse, la voz de mi papi despertándome después de haber perdido la conciencia, el sonido de aquel corazón microscópico y la ecografía en mis manos.

Aún me da rabia la cobardía de aquel hombre, su quemeimportismo al contarle lo que estaba pasando, su ofrecimiento de 300 dólares para que me deshaga del “problema” y su cinismo al echarme la culpa no solo por lo que me pasaba, sino  también responsabilizándome por la salud de sus padres y la vida de su novia.

Aún no deja de quebrarse mi voz cuando hablo de aquel acontecimiento tan traumático. Pequeñas lágrimas a veces se hacen presentes al recordarlo todo. Y la ansiedad... ¡maldita ansiedad!... a veces se apodera de manera total de mi mente y cuerpo sin dejarme ni respirar.

 

Hoy estoy aquí para contarles qué ha pasado después de dos años de haber tomado una de las decisiones más difíciles de mi vida... la decisión de no ser madre.

 

Había pasado casi un año desde aquel acontecimiento y mi alma sentía ya un pequeño respiro; a pesar de las crisis de ansiedad, cada vez había más calma pero también había miedo... muchísimo miedo.

No quería conocer a nadie más ni darme la oportunidad con nadie. Sentía que cualquier persona me iba a hacer daño y ya no quería más desilusiones en mi vida. Me había costado tanto encontrar algo de paz después de aquella difícil decisión, que no cabía en mí la posibilidad de volver a estar con alguien al menos hasta yo cumplir los 35 años. En ese entonces, yo tenía 27.

 

Fue entonces que, sin darme cuenta, lo conocí. Conocí ese amor que me ha hecho compañía durante ya año y siete meses. Ese amor que me ha dado la mano en momentos tan difíciles. Mi cómplice y mi confidente. Ese amor que da paz. A veces lo llamo mi pareja, mi compañero, mi enamorado o mi novio.

 

Sin embargo, para mí las cosas no han sido fáciles. Empecé a conocerme dentro de una relación buena, al punto que no entendía tantas cosas que me estaban sucediendo. Empezaron los miedos. El miedo al abandono, a que me vuelvan a lastimar, a no entender que cuando había un problema en realidad no siempre era mi culpa.

 

También, no había pasado ni un año de mi relación cuando me enteré de la existencia del papiloma en mi cuerpo. Esta fue otra de las noticias que me desmoronó. Sentí que la vida no quería que yo fuese feliz, que estaba pagando alguna clase de karma y que yo no merecía todo lo bueno que me estaba sucediendo. Sentí que el mundo se me venía abajo y que yo ya no podía seguir luchando más.

La noticia fue una cachetada que me dejó en seco. Salí con los resultados del hospital solamente preguntándome “¿porque a mí?”. No entendía tantas cosas, pero había algo que tenía que hacer antes que nada: contárselo a mi compañero. Sabía que no era una noticia buena y en ese momento empezó mi desesperación pensando que yo le pude haber hecho daño.

Lo llamé. Entre llantos y palabras mal articuladas le conté todo. Él me escuchó, se preocupó mucho y me dijo que estábamos juntos en eso, que todo iba a estar bien. Cuando lo escuché, sentía tanta dicha de tenerlo a mi lado y, al mismo tiempo, empezó a crecer en mí el miedo a algún día perderlo.

 

Cada día que pasaba, tan tormentosos para mí, con los exámenes y los procedimientos que debían hacerme, se sentían eternos. El papiloma había atacado y se encontraba en etapa avanzada y lo único que yo no podía dejar de pensar era en el cáncer que se había estado viniendo y yo sin darme cuenta.

No faltaron lágrimas, gritos y la gran culpabilidad que sentía por no haber tomado buenas decisiones, por haber permitido que las personas solo me usaran para llenar momentáneamente sus vacíos y por no haberme dado el valor que yo merecía. Por haber accedido a cosas que no debí acceder... por no cuidar de mí misma.

Me reprochaba tantas cosas. Sentía que solo me pasaba desgracia tras desgracia. Sentía que el cáncer se aproximaba, que no había cumplido nada de lo que me había propuesto, que no me iba a cumplir nada de lo que me prometí. Sentía que la muerte estaba respirándome en el oído.

 

Podrán imaginarse, pues, con esa clase de sentimientos, cómo yo me sentía. ¡El mundo me caía encima cada vez que a mi cabeza se le ocurrían más y más cosas y las crisis eran fatales!

 

Más gritos, más lágrimas. El miedo me carcomía desde dentro y solamente el suelo me daba soporte. Mi novio se asustaba mucho porque no sabía qué más hacer, qué más decirme, cómo calmarme. También se afligía mucho con mi dolor y me preguntaba muchas veces qué debía hacer él para contenerme. Luego nos dimos cuenta que solo necesitaba de su presencia y sus abrazos, necesitaba no sentirme sola. Todo a la final pasaba y todo se sentía menos pesado con su compañía. Su presencia me daba seguridad.

 

El día que me dieron los nuevos resultados, después de todos los procedimientos médicos, él estaba conmigo. Jamás podré olvidar cómo salí corriendo a contarle, con una sonrisa de oreja a oreja y lágrimas, ¡que todo estaba mejorando, que me estaba sanando y que todo iba a estar bien!

 

 Es tan increíble todo lo que sucedió en mí durante ese tiempo. No solamente tuve un soporte, sino que iba recién conociendo y entendiendo lo que era un amor bueno, un amor que sostiene, que apoya, que no apunta ni juzga... un amor que aliviana el dolor, que tal vez no salva, pero está dándote la mano para que no caigas y te da el sostén para que tú sola te salves.

Tantas cosas buenas me han pasado. Tengo tanto por qué agradecer, que simplemente a veces tengo tanto miedo de estar dormida y despertarme en medio de mi triste y antigua verdad. En manos de un mal hombre que solo me manipulaba y hacía y deshacía de mí a su antojo. En medio de la tortura de un embarazo no deseado. Regalando mi tiempo a personas vacías que no tienen nada que ofrecer. Creyéndome salvadora del mundo, cuando me olvidaba por completo de mí y de lo que yo en verdad quería para mí.

 

Me da miedo perder todo lo que tengo -todo esto tan bueno- que a veces cuesta estar presente y no sumergirme dentro de la angustia y desesperación de tanto pensar que lo perderé.

 

Tengo miedo, pero sigo luchando. Voy de la mano de psicólogos de corazón y de esos seres que de verdad me quieren, de mis amigas de la vida, seres llenos de alma y luz. Voy de la mano con esa Daniela que me ha contenido y ha sabido lucharla.

 

 

 

¡Vamos a estar bien!

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