top of page

ME SEPARÉ. SÍ, YO TOMÉ LA DECISIÓN. LO DEJÉ. LO ABANDONÉ

Recuerdo haber empacado la mitad de la casa, agarrar a mi hijx, respirar profundo y salir de allí. La llama de la indignación se había encendido en mí después de aguantar por seis años lo que yo creía era una historia de amor. No lo era.º

Esos problemas que él y yo teníamos parecían tan míos, tan propios, tan personales. En realidad, no lo eran. Lo que a mí me había pasado, le había pasado a cientos de mujeres que llegué a conocer en el camino. Y me sentía indignada y cada vez que me indignaba se me alteraba el sueño, se me descompensaba el cuerpo, se me estremecía el alma.

La culpa fue el motor de mi historia.

“¿Por qué era tan malagradecida con su amor?”, me preguntaba todo el tiempo. “Cada cumpleaños me trae mariachi, tengo un hermoso departamento, él trabajaba duro para mantenernos, es el padre de mi hijx, yo lo escogí, yo lo amo. Debo estar loca”.

I

Cuando éramos novios, descubrí que él mantenía una relación oculta con su ex pareja. Me había hecho creer que iba a visitar al hijx de ella, cuando en realidad el motivo era ella. Pero cómo no le iba a creer si tenía un “corazón de oro”. ¿Se imaginan hacerse cargo de un hijx ajeno? Era un gran ser.

-Lárgate de mi casa. Lo eché. Me sentía morir. No había podido aceptar su traición. Desde ese día ella y yo entramos en una competencia por quién se quedaba con aquel “partidazo”.

Esa fue la primera vez que perdí en el amor.  De allí en adelante ella se convirtió en el fantasma de mi vida. Me escribía para contarme todo lo que hacía con él.

Un mes más tarde volví a la competencia. Él me había buscado. Era una señal y yo no quería darme por vencida.

- Si quieres estar conmigo, te alejas definitivamente de esa mujer y su hijx, o hasta aquí llego yo, le gritaba un tiempo después. Empecé a revisar su celular, su billetera, sus correos, sus pertenecías, su armario, su cuarto, su casa y todo lo que le rodea. Lo acompañaba a donde sea que vaya y le escribía para saber qué hacía o dónde estaba. Allí tuvimos la primera discusión para impedir que me deje. Él me agarró fuerte del brazo, como quien agarra un trapo sucio, y me tumbó al piso.

- Perdóname, me dijo. Entonces, por fin, yo había ganado.

A pesar de ello, no dejé de revisarle sus pertenencias. No podía confiar a ciegas como al inicio y debía mantenerme a la expectativa de cualquier situación. Mi sexto sentido no me engañaba.

Semanas más tarde, las discusiones seguían existiendo. Él buscaba a otras mujeres.

- “Zorra”, “puta”, “lárgate de mi vida”, “cállate ya”, me gritaba en una fiesta, en medio de la plaza del lugar, en la que él, borracho, pretendía a otra mujer mientras yo lo acompañaba. Esa noche dormí en el piso de su cuarto esperando que amanezca para irme. Su familia, jamás dijo nada.

Me había aferrado a un ser que era capaz de maltratarme, pero a nadie parecía importarle. El “perdóname” se convirtió en nuestra prueba de amor: él pidiéndolo y yo aceptándolo. Había aprendido que no somos perfectos y que la nobleza de una mujer se reflejaba en su capacidad para esperar que él/ellos cambien por amor.

Poco tiempo después, me había sido infiel una noche en la que, con mentiras, me hizo creer que dormía en su casa cuando en realidad amaneció en la cama de una amiga suya.

- ¿Por qué no puedo ser perfecta para él? ¿Por qué busca otras mujeres? ¿Qué más puedo hacer para que esto funcione?, pensaba todo el tiempo.

II

Decidimos tener un hijx. Recuerdo que peleábamos al respecto. Finalmente quedé embarazada y después de haberme mudado a su casa me gritaba por teléfono que vaya a buscar al padre de mi hijx, porque él no lo era.

- Tienes que ser fuerte ahora que vas a ser madre, tienes que encargarte de tu marido y de tu hijx. Recordaba las palabras de mi mamá mientras él me agredía físicamente en mi sexto mes de embarazo.

Pensaba en la fortuna de haber podido elegir ser madre cuando lo quería. Me llenaba de ilusión tener un hijx, tener mi propia familia. Así que me rendí a la lucha que llevaba en contra de él. Cómo no creerle si me había jurado cambiar ahora que íbamos a tener una familia.

Esa misma semana bloqueaba a la novia de uno de sus compañeros de trabajo, quien me había escrito que el fin de semana que estuvieron de fiesta en su casa él, pasado de tragos, la había manoseado. Con eso cerré la historia de lo que hasta entonces era su soltería.

Bloqueé personas y recuerdos. Botamos cosas y le conseguí otro trabajo.

III

- Discúlpame, yo solo quería irme a la casa. Ven a vernos por favor. Cuando mi hijx nació, me abandonó. Tuve que pedirle disculpas por haber salido del hospital. Para él había sido importante no tomar ese tipo de decisiones sin su autorización.

Yo me encargaba de la casa, mi hijx y él ya tenía una nueva “amiga” en su trabajo. Un nuevo motivo para no dormir, para llorar, para sentirme como una piedra a la que patean una y otra vez en el mismo camino.

Teníamos problemas por sus amigos de colegio, de su equipo de fútbol, de su trabajo, de su instituto, de cualquiera con el que hacía planes de fin de semana.  No le gustaba estar en la casa. Había noches que no llegaba y si lo hacía era con olor a alcohol. Entonces, los sábados/domingos se hicieron para verlo dormir y atender su chuchaqui.

- “Lx tienes abandonadx, eres el colmo, no puede dormir, ven rápido a la casa”, me gritaba por teléfono cuando decidí retomar mi profesión y me ausenté unas horas de casa, dejando a mi hijx a su cuidado. No sabía cómo dormirlx, no sabía lo que significaba la crianza y el cuidado de otra persona. Eso solo me correspondía a mí.

La primera vez que decidí dejarlo fue después mi primera crisis de ansiedad. No me contestaba el teléfono, ya estaba de fiesta después de que me había dicho que ya no iba a volver a pasar. Cuando por fin me respondió, era para decirme que iba a mandar a su mamá para que vaya a atenderme en mi sufrimiento. Allí tomé valor y lo dejé.

La pandemia nos juntó nuevamente. Tenía tanto miedo, que le pedí que me deje regresar. Teníamos miles de problemas como pareja, pero mi hijx necesitaba un lugar seguro para sobrepasar el encierro.

Cuando la situación empezó a normalizarse, decidí emprender mi propio negocio. Él seguía su vida, sin ataduras, seguía de fiestas y amigos. Él se había hecho inmune al contagio. Por el contrario, si yo salía, así sea a trabajar, implicaba contagiar a todos.

- Ya no más, ya no quiero esto. Estoy harta... gritaba una madrugada tapada por una almohada mientras mi hijx dormía y él no estaba.  

Decidí tomarme un respiro e ir un fin de semana a la casa de mi mamá. Al siguiente día les había dicho a todos que lo había abandonado. Me hizo creer que había sido así y me fui por más tiempo.

- “Estás tan cerrada, no todo es blanco o negro. Tienes que cambiar, suelta un poco la soga, Se feliz, sal más, no te encierres”. Escuchaba consejos que me hacían creer que yo era el problema. Así que busqué terapia. Sabía que tenía que trabajar en mí. Lo que nadie se imaginó es que esa decisión me ayudó a liberarme.

IV

A los tres meses de haber iniciado terapia, me fui definitivamente. Quise empezar de nuevo. Dejé de depender emocionalmente de aquella persona que coartó mi salud física y mental.  Cambié de ciudad y transité, una a una, la pérdida de sueños e ilusiones.

Me enfrenté a lo que significa ser una madre sola, y también a a la lucha legal por los derechos de mi hijx. Me vi en aprietos económicos y emocionales que no pude haberlos superado sin la ayuda de mi tribu, que con mucha paciencia y amor me acogieron y me sostuvieron en éste proceso.

Quiero pensar que la vida va a transcurrir poco a poco para que muchas mujeres, al igual que yo, tengan la oportunidad de salir, de liberarse, de brillar, de ser acogidas, sostenidas y apoyadas. Me rehúso a que no sea así. Me resisto a mantenerme impávida. He tomado fuerzas y ahora la llamita de la indignación se ha prendido para sostenernos juntxs.

 

Quiero dedicar éste texto a quien me convirtió en madre, porque cuando tu naciste hijx entendí que merecemos un trato digno, que nadie tiene derecho a cortarnos las alas, que poner límites es sano y que el amor no daña ni maltrata. En ese camino tuve que tomar decisiones, y ésta fue una de ellas. Tenías que saberlo. No pienso guardar más el secreto.

¿Recuerdas la vez que me dijiste que sentías miedo? Ya no más. Estamos seguras; tú y yo podemos con esto.

Gracias por entenderme.

Patricia J.

bottom of page