QUIZÁ ESTÁ NO ES LA HISTORIA DE MI VIDA, QUIZÁ AQUÍ NO EMPIECE
Era un día normal cuando aquel señor de una profesión poco usual que podía ver mi pasado tomó mi mano y me dijo:
“Fueron 3 sucesos que marcaron tu vida a los 12, 16 y 17 años”
¡Cómo no recordarlos!
La pérdida de mi padre alcohólico, a los 12.
Amanecer en la casa de un conocido, a los 16, después de una noche desenfrenada.
Embarazarme a los 17 de mi sicópata narcisista.
Las cosas para Eva iban de mal en peor. Apenas estaba iniciando su vida de sueños, metas y alegrías y cada vez se estaban entorpeciendo en el camino.
¡Cuánta falta me hiciste papito en esta faceta tan importante de mi vida! Pero era inevitable que tú te quedes aquí, con nosotros. Nos hacías mucho daño y dejaste secuelas muy marcadas en mí y en mis hermanas por el vicio. ¡Cuánta culpa sentí cuando te fuiste! Aunque en el fondo lo deseaba, me dolía como era tu trato y cómo derrochabas ira en nosotros cuando bebías.
Me costó superar durante años tu pérdida y aprender a defenderme sola, con un pasado que no dejaba de impactarme.
Cuando te fuiste, te busqué en la multitud, entre las personas, como si hubieras desaparecido. Nunca me despedí de ti, solo supe que te fuiste y nos abandonaste. Anhelaba tu regreso.
Recuerdo cuando bajé del bus después de un paseo escolar. Todos los padres de mis compañeras recibían a sus hijas con un abrazo, mientras yo me quedé llorando. Te necesitaba, anhelaba tu cuidado.
Tu protección y cuidados fueron necesarios a los 16 (es una linda edad para experimentar y disfrutar). Recuerdo que aquel día salimos a divertirnos con amigos y bebí sin control. Pensar que ese día sería el principio del final, que me causaría vergüenza y lágrimas amanecer en una casa extraña y no recordar nada. Salí de aquel lugar, me quería morir. Pasaba las calles sin mirar, me sentía avergonzada, humillada... tan vacía.
Yo me lo busqué, la culpa la llevé allí también conmigo, me fallé.
Ese día tomé la decisión de alejarme del grupo de mis amigos. No podía con la vergüenza y el dolor.
***
Buscaba cuidado, amor y protección. Entonces, apareciste tú aquella tarde. Caminaba hacia mi casa y decidí comprar un helado de leche y chocolate. Quizá el destino ya me tenía preparado el principio de una larga travesía de mucho dolor. Te volví a ver. Una persona encantadora que empezó a buscarme y darme todo el bombardeo de amor que necesitaba, llenándome de regalos, paseos, atenciones... ¡parecía de otro mundo! Todo era tan intenso. las visitas, los celos, tus deseos de querer tener un hijo conmigo. Solo era una niña y hablabas de tenerme eternamente en tu vida. Me daba mucho miedo. Era celoso, posesivo, agresivo. Todo empezó a volverse enfermizo. Me tenía atrapada, sin escape, confundida y sin salida. Tenía que amarle o amarle, a la buena o la mala.
Llegó el atardecer y avancé hacia mi casa. Una pequeña decisión cambió el rumbo: un delicioso helado de chocolate. Decidí caminar y avanzar a mi casa. En el camino pasaba por tu casa y no me imaginé volverte a ver. “Era el chico que me gustaba, el temerario, el de sonrisa encantadora, la persona que me gustaba tanto y no lo había visto hace mucho”, pensé. Me preguntaste si deseaba que me acompañes a mi casa y te dije que ya estaba cerca, que está bien. Ibas a mi paso y llegamos hasta mi casa. Me invitaste a salir y te comenté que estaba castigada y no podía. Pero insististe.
Te gusté, me gustaste. Me decías que habías tenido una decepción y yo también tuve una. Te declaraste y me pediste que sea tu novia. Te dije que lo iba a pensar. No me diste tiempo, el bombardeo de amor fue instantáneo: cartas, poesías, canciones, paseos, regalos, protección extrema. Al poco tiempo, me di cuenta de tu forma de ser: eras posesivo, celoso, agresivo. Muchas veces quise terminar mi relación contigo y cada vez era más difícil. Me exigías que no te deje, me buscabas, hablabas con mi familia y amigos. Te subías la terraza de mi casa, ibas a mi colegio a buscarme, te hacías amigo de mis profesores, supervisores para que me den permiso (¡muy loco para una colegiala de 16 años!). Querías casarte conmigo, tener un hijo y que sea varón, solo le faltaba el nombre. Me dabas mucho miedo y yo sin escape, sin salida. Estabas cerrando todos mis caminos y la atención hacia a ti. Eso ya no era amor. No sabía a quién acudir. Estaba asustada, pero tu sonrisa encantadora y tu protección hacia a mí confundía a todos.
Pronto se te cumpliría el sueño de tenerme a tu lado y atarme por siempre. Buscabas cualquier momento para estar a solas conmigo. Anhelabas que sea tu esposa. Solo tenía 17. Había transcurrido un año, pero fue tan intenso que no hubo tiempo de pensar en nada.
Al poco tiempo, ya hubo fecha de boda. Estaba esperando un bebé. Recuerdo tu felicidad extrema y mi tristeza. Estaba confundida. Todo se veía tan simple cuando decidí casarme contigo. Pensé que iba ahora sí a tener el control de mí, ya que se cumplió lo que querías; pero, fue lo contrario. Ahora sí tenías propiedad sobre mí y mi hijo, que al poco tiempo nació. Me separaste de mi familia, porque sabías cuánto les amaba, de mis amigos. Decidías sobre mí y no te importaban las consecuencias. Alterándome siempre, hubo mucho dolor. No sabía quién eras hasta que me di cuenta después de muchos años que eres una persona narcisista, sicópata. Por fin ya se cómo tratarte, pero pasaron 25 años. Cuánto sufrí, cuánto lloré, cuánto lamenté el día que te conocí. Todo lo que yo tenía y amaba lo pisoteabas. Si no te daba gusto en algo, sabías dónde me iba a doler. Tenía que guardar mis sentimientos y me volví cada vez más fría y traicionera; pero quería solo escaparme, huir, correr. Sin embargo, sabía que me ibas a encontrar. La codependencia y los abusos fueron demasiados. Era como una droga: nos necesitábamos, pero nos hacíamos mucho daño. Mientras más me alejaba de ti, más tentaba tu regreso y cuando dudaba en volver, me insistías hasta lograrlo. Nunca me dejaste en paz, querías tenerme y que haga lo que tú querías a tu antojo siempre.
Empecé a amarte a la fuerza hasta que me convencí: me enamoré de mi abusador, maltratador... ¡cuánto dolor! Recuerdo cuando te preguntaba algo y te molestabas por interrumpir tu pensamiento; cuando te reclamaba, decías que estaba loca; cuando lloraba, que era amargada; cuando te celaba, celópata. Me tildabas de “puta”, “zorra”, “mala madre” y todo lo feo que puedes escuchar, tenías para mí abusos narcisista y sicópatas sin piedad. Disfrutabas verme mal, castigándome y culpándome de todo lo malo.
Los abusos fueron tantos que, al poco tiempo, el trastorno se volvió amor. Ahora te protegía, te cuidaba. Eras mi salvador (qué extraña sensación). El dolor y la respuesta a pensar que ahora sí ibas a hacer las cosas bien iban juntas.
Pasaron muchos años de frustración, dolor y malos tratos.
Una confesión que me ayudó a tomar una decisión fue a los 16 años de casados, dos hijos y muchas esperanzas aún de mi parte: me hablaste de que no sabías si tenías obsesión conmigo o me querías.
Y eso fue todo para dejarte ir. Te dejé porque te amaba, porque yo sí estaba enamorada de ti. Sufría por ti, te defendía... te amaba y te odiaba.
No tenía el valor de dejarte ir, pero después de tu confusión decidí darte una oportunidad a que sepas qué hacer. Siempre pensé que era una obsesión, pero si venía de tu corazón me partiste. Era como un adiós y para siempre.
Cuando me lo dijiste, nuestras vidas cambiaron. Yo decidí dejarte ir.
Cada vez mi corazón estaba más alejado y tú faltabas a la casa. Ya iban varios días. Las pastillas para dormir ya no hacían efecto. Me dolía el corazón y mi alma estaba partida. No sabía qué hacer con mi amor, el que era para ti. Tomé la decisión y me marché con nuestros hijos buscando respuestas a lo inevitable: tú y yo no podíamos estar jamás juntos, pero me buscabas, me amenazabas, me quitabas lo que tenía... todo me quitaste: a mis hijos, me quitabas mis pertenencias. Todo lo que tenía y me gustaba... ¡todo! Siempre fuiste así. Debía despegarme de todo lo que amaba para que no doliera.
Cuántas veces pude acabar contigo, meterte a la cárcel. Nunca lo hice, nunca pude, no tenía el valor y el miedo me abrumaba porque eres el papá de mis hijos, el hombre que amaba con locura. Eras el papá, el esposo que no tuve, lo que me faltó cuando era niña y no quería privarles a mis hijos de esas carencias.
Enamorarme de mi acosador fue la trampa más vil y maldita que me puso el destino y que sea el padre de mis hijos, cuando a mí me faltó mi padre... el que también me maltrató, pero me hizo mucha falta.
Después de varios años, y un juicio económico bastante fuerte, me preguntaste por qué no te metí preso y te contesté que mi intención es verte bien, que lo debía hacer porque era importante para alejarme de ti. Ese juicio era la única manera de tenerte lejos y, en la actualidad, se está cumpliendo lo que alguna vez estaba en mi mente: tú estás bien, te estabilizaste. Pero sigues siendo la misma persona de siempre. Ahora, que ya viviste lo que tenías que vivir, vuelves a buscarme después de 25 años de lucha para separarme de ti. Tienes contigo a mis hijos y no te reprocho, pero qué vida la que me toca: verte siempre y ahora solos los dos, sin parejas, con nuestros hijos que aún les falta mucho por crecer. Así como le reclamo a la vida lo que me tocó vivir, también quiero que me ayude a manejar la otra mitad que me falta de existencia, porque esto no ha terminado. Quizá es el comienzo de una historia que lo único que se puede hacer es cortar y avanzar.
Y aquí viene otra vez...
Aquel señor de una profesión poco usual que nombré al principio de mi relato, aquel quien tomó mi mano y vio mi pasado, también me dijo que el padre de mis hijos es un hombre de una sola mujer y yo soy una mujer de un solo matrimonio. Aunque lo que me dijo es algo sin sentido, lo estoy viviendo nuevamente. Tratamos de no estar juntos, pero la vida siempre nos golpea la puerta para decirnos que hay algo pendiente y necesario, y que debemos de estar atentos en nuestras vidas para no caer en la trampa del narcisista sicópata que me buscaba hasta encontrarme.
Ahora me preguntas por qué no tengo nada. La respuesta es “todo me quitaste”. Si no tengo nada, ya nada más quitarme. Me quieres devolver a mi hija para tenerme nuevamente a tu mando... ¡o sea qué estrategia más antigua! Ahora ya no te amo, ya no estoy confundida. La vida también me enseñó a saber cuál es tu juego y de eso sí tengo que cuidarme.
***
Agradezco a la vida por ponerme personas maravillosas que estuvieron conmigo en este proceso de separación: a mi familia; a Norman, mi novio, que estuvo allí para defenderme y acompañarme en un proceso realmente duro y que solo un ángel como tú pudo soportar lo que viste; a mi mamita que es la mujer más valiosa del mundo, que con su silencio y acompañamiento ha estado conmigo siempre; a mi Huguito querido, quien me ayudó en los procesos legales, le debo la vida (la forma de defenderme... nunca me han defendido tanto... ¡te adoro con todo mi corazón!); a mis hermanitas lindas quienes, con sus consejos, me ayudaron muchísimo... mis mejores amigas. A mis hijos, quienes fueron mi motivación en este proceso para salvar mi vida y no rendirme. ¡Gracias!