top of page

SU MIRADA LA DESPERTÓ

Ella se miró ese día al espejo. No era una mañana como las demás. Ya llevaba sin dormir algunas noches y esta no era la excepción. Se notaba ya el cansancio y la frustración que sentía al no poder dejar ir de su mente las mismas ideas vagas que volvían una y otra vez por su cabeza como fantasmas que quieren apoderarse de su mente. Esa lucha constante que simplemente la agota y la drena desde hace tiempo.

Por qué volvieron si ella pensó que ya había superado ese temor, por qué nuevamente vuelve ese sentimiento de inseguridad a querer invadirla. Respira hondo, lava su cara y camina hacia su dormitorio para prepararse para su día “normal”.

Prepara el desayuno para sus hijos. Se ducha y, en medio de ese momento, suelta algunas lágrimas para que el agua se las lleve y si alguien le pregunta el porqué de sus ojos rojos ella poder decir que le entró un poco de shampoo mientras se bañaba. No pasaba nada.

Cuánto intentó entender, reflexionar y analizar. Cuánto pesa el hecho de saberse impotente a los acontecimientos que marcaron su vida, si ella sabe que no sirve de nada volver al pasado, si ella ya había continuado con su vida. Pero a veces hay esas pequeñas cosas y momentos sutiles de la vida que la mueven nuevamente. ¿Por qué se sigue sintiendo insuficiente e insegura? ¿Por qué?

Una y otra vez en su mente lucha, respira. Mientras maneja, y al escuchar la radio de fondo, se deja llevar y conversa con ella misma. Ya se había acostumbrado a eso pues quién si no ella para entenderse, para analizar qué le está pasando y para sobrellevar una vez más lo que siente dentro suyo.

Ya se había acostumbrado a no molestar a nadie, a ocultar su tristeza y a veces hasta su dolor detrás de su sonrisa. Su sonrisa no es fingida, es una sonrisa de aliento, de “yo estoy contigo”, de “vas a estar bien”.

Nuevamente va al baño y, mientras lava sus manos, recuerda el camino recorrido y lo valiosa que es. Ve a la gente a su alrededor, en su trabajo, y mientras lo hace puede enfocarse en algo mucho más que su batalla interna. ¿Será que no se siente merecedora de lo trabajado y caminado? ¿Será que esa misma voz que de pequeña le decía que no iba a poder y que no tenía futuro aquí nuevamente se quería despertar?

Ya en la tarde, al regresar a su casa, tiene un dolor en su garganta. Ese nudo incómodo que se forma por callar y no poder desahogarse en voz alta. Misma situación que aprendió desde joven: a callar y reprimirse para no tener más inconvenientes o crear problemas (con su padre especialmente, con él ya que no le gustaba que le contradigan). Así se acostumbró siempre a callar así le doliera, así no estuviera feliz, así le incomodara algo... solo callaba. Callaba para no crear problemas, para no incomodar a los demás, para no molestar. Así creció creyendo que ella molestaba e incomodaba y nuevamente volvió ese sentimiento ahora a sus 40 años de edad.

“¡Despierta querida, ya no eres una niña. Ya eres toda una mujer!”, gritaba desde adentro. “Ya no tienes que callar por no molestar o incomodar a alguien o porque las personas se van a alejar si dices lo que piensas... ¡NO! Tú te mereces amor, comprensión, apoyo. Tú no molestas. ¡TÚ ERES VALIOSA! Tu voz cuenta, siempre ha sido así. No vuelvas a encerrarte en ti. Tienes que decirlo, sigue trabajando en ello. Tienes el mismo derecho que todos a expresar cómo te sientes. ¡Tienes el mismo derecho!”.

Nuevamente llegó a su casa, fue al baño y, frente al espejo, ese espejo que la había visto cambiar por muchos años, que ha visto sus canas y arrugas, sus lágrimas y sonrisas, sus ojos húmedos y su valentía, le ayuda a recordar que no está sola, que hay personas que la aprecian y, sobre todo, que su amor estará ahí para ella, porque se tiene a ella y tiene que amarse y conocerse, sanarse y fortalecer, crecer y mejorar, ganar su batalla mental.

bottom of page