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UN CAMINO POR RECORRER

Érase una vez una niña que podría ser cualquiera, que nació en una ciudad de un país pequeño, pero lleno de maravillas, en una época donde las personas no tenían Instagram o TikTok. Nadie se enteraba de tu vida, simplemente los secretos se quedaban en familia. Las historias eran un secreto y nadie hablaba de ello, solo se quedaba en los murmullos de las calles.

 

Esta niña fue amada por sus padres quienes, al verla nacer, se casaron y quisieron tener un hogar de ensueño. Quizá los recursos económicos no abundaban, pero había algo más preciado que es el amor. Sí, de esos amores que parecen de mentira, pero que existen. Eran tres personas listas para enfrentarse a la vida. El padre de familia, como en esa época se acostumbraba, debía ser el sostén económico por lo que tuvo que salir a otra ciudad para buscarlo y la madre se quedaba en casa, con su pequeña hija adorada.

 

Entre juegos y divertidos paseos pasaron los años. Una vez más, por motivos económicos, la familia tomó la decisión importante de cambiar de domicilio por trabajo. Así, la familia partió sin rumbo cierto a una ciudad diferente, una provincia diferente, a una región lejos del que, hasta ese entonces, era su hogar, con otro clima, y costumbres. Para la niña, este cambio fue casi mágico.

 

Galápagos, uno de los tesoros escondidos del país donde vivían (Ecuador), era el destino. En este asombroso lugar, con un clima cálido, paisajes llenos de flora y fauna, la naturaleza vívida, empezó a crecer la familia. Primero una mascota a la que llamarían Muffy, un hermoso cachorrito de color negro y habano; luego llegaría otro hijo a la familia, un niño fruto del amor de esta pareja.

 

Todo parecía ir viento en popa, como dicen los abuelitos. ¡Qué más se podría pedir a la vida! Estar en un lugar mágico lleno de hermosas criaturas y vegetación exuberante, una playa llena de colores que parecía pintada por el mismo Dios, con un celeste precioso sin nubes, una brisa cálida que rozaba tiernamente sus cabellos, un sol radiante que cortaba cualquier pena y donde el tiempo parecía detenerse para dar paso a un momento único.

  

Entre hermosas tortugas gigantes e iguanas pasaron tres hermosos años, los cuales se recuerdan con cariño. Si hubiese magia en el mundo, de seguro este lugar era una de las fuentes más importantes, donde no había dolor, donde todos se conocían y cuidaban, entre frutas exóticas como el maracuyá y las papayas brillantes. El lugar donde los niños jugaban, donde podían ser ellos mismos, sin esconderse, sin tener miedo de lo que vendría.

 

Pero la vida es juguetona, por decirlo de alguna manera. De un momento a otro, la magia se acabó, el padre enfermó y, pese a toda la belleza de las islas, esto no podría ayudarlo cuando en las Encantadas no había personal médico capacitado ni toda la medicina necesaria. Todos pensaban que el color de la flora se iba a terminar. Pasaron dos meses de dolor intenso donde la muerte se escabullía, sigilosa observaba el momento perfecto para actuar, pero este gran hombre la pudo esquivar y salió a flote de esta enfermedad. Una vez más había que tomar una medida preventiva y regresaron al lugar de partida.

 

Y cual la saga de películas Destino final, la muerte siguió acechando. La niña lo recuerda como si fuera ayer: fue un día domingo, como cualquiera, donde todo iba según el plan: realizar las compras semanales para luego partir a una minga comunal; sin embargo, ese día se tornó gris y en el fin del cuento de hadas que se vivía hasta el momento.

 

Lastimosamente, el aún joven padre partió luego de tres meses de difícil enfermedad. No fue fácil para nadie, menos para su esposa e hija; y, siendo sinceros, una pérdida así tiene consecuencias. Una mujer sola, en ocasiones, toma malas decisiones o, simplemente, el dolor de haber perdido al amor de su vida le hizo elegir erróneamente. Quizá hay fuerzas sobrehumanas que desconocemos.

 

Para la niña esta simple decisión cambió su paraíso a un infierno rojo con negro y tarde se dio cuenta que en esa ocasión no solo perdió un padre, sino también a su madre. Ya no era lo mismo, ya solo era soledad, simplemente ya no eran una familia.

 

Su madre es una mujer que necesita amor, así como el apoyo emocional de “alguien”, de un hombre que te dé fuerza. Siempre pensando en el final de sus días, en que es necesario tener la compañía de una pareja, esta persona llegó demasiado pronto para restar el dolor del corazón, para confirmar lo de “un clavo saca a otro”, como dicen las malas lenguas.

 

Lucía, la madre, se ilusionó. No la podrían culpar, es lo que sucede siempre: la historia de amor dibujada por todos en las historias de amor, donde el príncipe rescata a su princesa. Con el agradado de que aquella princesa tenía dos pequeños retoños, se sintió en las nubes al ver cómo un caballero de blanca armadura pudo poner sus ojos en ella y se dejó llevar por el amor y la magia.

 

Sin embargo, como es costumbre, los caballeros en la actualidad no existen y se convierten en lo que son. Cae su brillante armadura y terminan siendo simplemente dragones con fuego... y con la violencia que se extiende por donde pasan.

 

Los gritos y la tortura emocional empezaron. A veces es difícil diferenciar este tipo de violencia desde un simple “no sirves para nada”, “eres un mal ejemplo”, el sentirte fuera de lugar y tener miedo de que se aproximen los famosos gritos.

 

Desde niñas, en nuestra sociedad se enseña que la mujer tiene un gran lugar en la cocina y qué sucede cuando ella no quiere este lugar, qué sucede cuando quiere salir más allá de sus limitaciones y simplemente esperar que la gente y tu familia te valore por lo que eres, no solo por ser de un simple género.

 

Lastimosamente no solo fueron los insultos. Un día esto llegó más allá. La niña creció junto a ellos. Las ansias de salir y conocer amigos se dio un catorce de febrero, un día para festejar (o al menos eso pensó). Salió con sus amigas todo, fue divertido, hasta que las horas pasaron y cual Cenicienta se olvidó de todo por un momento. Cuando llegó a su hogar, aquel personaje, su padrastro, se volvió un ogro y, entre grito y grito, soltó un puñetazo.

 

La sangre escurría por su cara. “¿Qué tan grave fue lo que hice?”, se preguntó. Simplemente no había una respuesta razonable. Ese día se juró que nadie la lastimaría o, al menos, no de forma física, ya que de otra manera ni sospechaba que existía.

 

En ocasiones lo recuerda todo como un vago sueño, como cuando alguien ve a lo lejos una sombra y no sabe si es real y no tiene forma. Es como un sonido en el oído a lo lejos y, a veces, quiere creer que es eso un sueño... solo mirar atrás y saber que todo aquello no fue más que una mala racha.

 

Porque, aunque las cosas sucedieron así, solo será una pesadilla que siempre recordará y espera que no duela más.  

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