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Y KILLA BRILLÓ SIEMPRE… EN LOS DÍAS Y LAS NOCHES

Desde niña, la pequeña Killa empezó a soñar. Era muy imaginativa, emotiva y de fácil sonrisa. A pesar de las dificultades que la acompañaban aprendió a pensar en lo bonito que tiene la vida. Killa permanecía largas horas alumbrando el cielo, aunque en la soledad.

Cuando Killa creció surgieron en ella una gran cantidad de emociones. Conoció lo que es el amor, ese sentimiento que sin querer te saca sonrisas y llena los días de emoción. Amó y fue muy amada. Conoció lo que un beso puede lograr, cómo se estremece el cuerpo con una caricia, cómo late el corazón y se emociona frente al ser amado y cómo duele el alma cuando estos sentimientos se acaban.

Killa amaba conocer. Dedicó años de su vida a hurgar en las formas de acompañar a las estrellas, estrellas que llenan este inmenso universo que se llama vida. Killa soñaba con que, un día, cada estrella tomaría su camino y sería feliz, sin que haya nada ni nadie que apague su luz y les haga perderse de sus propios sueños.

A la vida de Killa volvió el amor y, aunque tenía dudas, quiso volver a intentarlo. Quiso volver a soñar. Hubo intensas emociones: la ternura de las caricias y los besos que saben a caramelo, momentos de alegrías; a la vez, el corazón de Killa no estaba tranquilo, había un sentir inexplicable que la alejaba de ella misma. Había momentos en los que el cielo se nublaba y ella solo quería dormir, caer en un sueño eterno para no sentir la confusión de la soledad.

Con el tiempo, su amado Inti, quien en muchas ocasiones la deslumbró, fue alejándose, no como se alejan los barcos en el mar, fue alejándose como se alejan los suspiros, quedándose en el mismo lugar pero muriendo en instantes. Killa no quería perder a Inti, buscaba todas las maneras de alegrarlo, tomaba flores de las montañas, pájaros de los árboles, deliciosos frutos y manjares para ofrendarle. Pero nada era suficiente para Inti.

Killa repetía “te amaré tanto como granos de arena hay en las playas, te ameré tanto como estrellas en el universo, te amaré tanto como el número de hojas de los árboles”. Un día, Inti dejó de responder. Dejó de soñar junto a Killa en un futuro eterno donde podían brillar juntos a pesar de sus diferencias y la luz de Inti se apagaba para Killa. Sus días se nublaron.

Un día, Killa descubrió que Inti rompió las promesas de acompañarse en esta vida mágica, de ser compañeros y de caminar al mismo horizonte. Sintió cómo se le rompió el corazón, el shungo. Sintió como si se lo arrancaran del pecho quedándose sin latidos. Killa apagó su luz por meses, que para ella fueron siglos, y los cielos se entristecieron y el mundo reclamo su presencia.

Las estrellas a las que ella muchas veces ayudó a brillar la buscaron. Y al conocer que Killa estaba rota empezaron a averiguar formas de alegrarle la vida: algunas cantaban hermosas canciones durante las noches, mientras Killa llenaba los mares con su tristeza; otras le iluminaban mientras leía buscando perderse en historias lejanas y hubo muchas que le alumbraron el camino mientras su propia luz se encontraba ausente.

De a poquito, Killa empezó brillar. De a poquito fue iluminando el cielo nuevamente. Killa fue encontrando la forma de convivir con el recuerdo. Mientras iluminaba los cielos estrellados con tenues destellos, pensó que no podía privar al mundo de su magia ni de su presencia y, sobre todo, no podía permitir que sus sueños se sumieran en la oscuridad. Aprendió que las alegrías vienen desde adentro, desde las entrañas y que, a pesar del dolor, se puede encontrar la forma de remendarse, de unir los pedazos, de volver a soñar y curarse el alma.

Ahora Killa brilla en los cielos. Su presencia es imponente y en los universos las estrellas comparten entre ellas lo que Killa les enseña. Ahora Killa sabe que es ella misma su propio amor y su propia luz, y que la vida es un camino de encuentros y desencuentros.

Killa agradece a la vida por enseñarle a amar con libertar, dejar ir y soltar lo que lastima. Agradece por haber aprendido sobre la lealtad que se debe a ella misma, sobre lo bonito que es el amor cuando es sincero y saber que hay que marcharse de los lugares en los que quizá un día fuimos muy felices, pero ahora apagan nuestra luz. Killa siente que su existencia es eterna, sabe que nunca estará sola pues la luz de su esencia divina siempre la acompaña.

Cristina Rosero Quelal

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