¿Y LA PRINCESA ROMANTICA VIVIÓ FELIZ PARA SIEMPRE?
Es una mañana de verano, de esos días hermosos que te invitan a salir al parque, a recorrer la ciudad o un centro comercial, o a hacer alguna actividad fuera. Para mí es solo un día como cualquiera y, como todos los fines de semana, en esos últimos años, estoy en mi cama, al lado de mi hijo, pensando qué hice para llegar a ese estado de letargo social, cuando hace años atrás, a esas horas, era muy activa y llena de energía.
Cuando era una niña pensaba que era alguien especial. En mi cabeza era algo así como una princesa de cuento de hadas y soñaba con casarme de blanco, con un príncipe azul, con un hombre guapo, galante y gallardo que demuestre su amor, con quien tener una familia feliz y con hijos. Ese pensamiento era mi refugio del infierno que vivía con mis padres: mi papá, alcohólico, machista y agresor; mi mamá desfogaba su dolor e impotencia en sus hijos, principalmente en mí. Pensé que era normal; pero, con más conciencia, sentía la angustia en mi corazón cada vez que llegaba los fines de semana. Lo más cercano a ese sueño de niña fue un primo que jugaba conmigo y era muy muy cariñoso.
De adolescente seguía añorando eso con más intensidad. Aunque era muy tímida e ingenua, tenía una inocencia que molestaba a mis compañeras de colegio por lo que tenía una amiga que era similar a mí en candidez. Al final fui derrocada en el último año de colegio por ser así y no dejarme contagiar por la malicia propia de la edad.
A ese príncipe lo buscaba en mis profesores. Me ilusioné con dos de ellos, ya que eran los únicos que veía que eran amables conmigo. Ese abrazo de despedida en cuarto año de mi profesor preferido fue lo más cercano a mis sueños en el colegio.
Aquella princesa no era flaca. Yo era gorda porque me encantaba la comida. Ese era otro de los refugios que tenía cerca y mis padres lo fomentaban. Entre más comía eran felices y pensaban que yo era feliz y saludable.
Esa fiesta de quince años fue parte de mis sueños. Mis príncipes fueron mi primo y mi hermano. A pesar de ello, me deprimía mucho porque las princesas de los cuentos eran delgadas y yo no lo era... yo era un sapo gordo y feo.
Al conocer más profundamente la vida de la “santa” de mi colegio, me di cuenta que había otras princesas que dedicaban su vida a Dios. Con todas mis fuerzas quise entrar a un convento para refugiarme en él, pero mi madre me repitió que mi vida era con un hombre e hijos. Me tocó retomar la idea de ser princesa.
Fue una mañana donde parecía un sueño, un colegio de hombres, donde solo miraba un patio lleno. Para mí fue una sensación intimidante, pero no podía opinar. Era decisión de mi madre, iba a continuar mis estudios y mi sueño de ser una princesa con hábito se esfumó.
***
Seguía la princesa en búsqueda de su príncipe azul, alguien a quien entregarle lo único y más preciado tesoro: su virginidad.
“¿Dónde podré encontrar esa felicidad?
¿Será en tus ojos color cielo o en tu bondad?
¿En tu cabello o en tu espiritualidad?
¿En la palabra y honorabilidad...
que sabré que eres mi verdad?”
Como en el Instituto tenía gran cantidad de opciones, me atraían dos caballeros. El uno muy galante. El otro no me miraba y, claro, no podía faltar el amigo que se convertía en el bufón en mi búsqueda.
Faltó poco para que el caballero, que no era como el de los sueños de la princesa, más bien era gordo, cabello y ojos negros, le cautivara con su gallardía, personalidad, locución. Se preocupaba por ella y no le era indiferente.
Paseaban por los parques de concreto y faltó poco para ese primer beso que sellaría el inicio del cuento. Pero aquel príncipe tuvo un infortunio y se esfumó. Más tarde, ese príncipe apareció muchas veces cuando la princesa más frágil estaba. Le mintió, la engañó y se convertiría en uno de los verdugos, que, aprovechando una crisis, abusó sexualmente de ella y terminó con esa magia oscura que le ataba a él. Ya lo vio con sus verrugas, textualmente, que le había contagiado y ahondó más su asco y repulsión a ese ser. Su corazón se destrozó por ese ser y nunca más dejó que le manipule con sus palabras, a pesar de que le buscó muchas veces.
Regresando a la época del despertar, ese bufón se convertiría en el nuevo príncipe. Tampoco era como el de los sueños, más bien era flaco sin gracia; pero, el acoso y la constancia vencieron y la princesa solitaria prefirió verlo como príncipe a seguir en soledad.
Pasó de ser princesa a ser esa madre ausente de aquel bufón, a cubrir sus necesidades afectivas, económicas, laborales y mucho más. Le dio todo y ese bufón, que ahora era su príncipe, era todo para ella. Lo que comenzó con una dedicación y costumbre, se convertiría en desprecio y abuso. La princesa ahora era una lacaya que tenía que rogar al príncipe por atención, ya que eran otros sus intereses (que, al parecer, eran solo mero interés). Cuando ese tiempo paso, regresó la mirada a la princesa que, como no tenía otros príncipes en su radar, regresaba con él muchas veces para cumplir sus sueños.
Y pasaron muchos años de seguir con el príncipe bufón y no se concretaban sus sueños. Reclamó la formalización de la misma, pero solo consiguió que la agrediera físicamente. Fue en ese momento que la princesa lo dejó.
Pero apareció el príncipe perdido, ese de sus primeras ilusiones, nuevamente cargado de romanticismo y mentiras en las que, por soledad y sensibilidad, volvió a creer y permitió que cree un cuento irreal y efímero que se terminó cuando descubrió que tenía su propia reina con hijos incluido.
¿Y qué pasó? Que el destino quiso que apareciera en un evento el príncipe bufón, ahora con trabajo fijo, nuevos atuendos y promesas.
En el cumpleaños de la princesa pasó algo que en tantos años no había sucedido: ¡¡¡la semilla germinó y estaba embarazada!!! Estaba más cerca de cumplir sus sueños.
El príncipe bufón, que tenía la misma idea en ese momento, cumplió su parte. Pidió su mano en matrimonio... ¡¡¡¡no podía estar más feliz!!!!
¡Noticia, noticia!
¡La princesa romántica se casa hoy en la Iglesia Rosada a las seis de la tarde!
¡Noticia, noticia!
Son las seis y media, y la princesa no llega a la iglesia.
¡Noticia, noticia!
Son las seis y cuarenta y cinco, y la princesa aún no se presenta a la ceremonia.
¡Noticia, noticia!
Son casi las siete de la noche y la princesa acaba de llegar a la iglesia. Entre aplausos, enredada en su vestido blanco, con música nupcial y a medio sermón se encamina hacia el altar, en donde su preciado novio la espera.
Y es que muchas veces acostumbramos a no hacer caso a las señales que el universo, la madre tierra, Dios o quién sea nos envían; y, precisamente esto era lo que le pasaba a la princesa. Como antecedente, un mes después de haber contraído matrimonio civil, ella decidió preguntar a su príncipe el por qué quería casarse. La respuesta de él le cayó como balde de agua fría, pues el tan fríamente respondió:
“¡Porque eres la única que me ha aguantado!”
La princesa se quedó atónita y manifestó:
“Pensé que me ibas a decir que porque me quieres”.
A lo que él respondió:
“¡Sí, sí te quiero...!”.
Pero esto ya fue suficiente para que se siembre la gusanita de la duda en las que alguna vez fueron certezas en la princesa.
Aparentemente, ese sábado transcurría con normalidad; pero, a partir de esa respuesta, todo se volvió turbio. Ella iba en su auto por las calles quiteñas y el habitual tráfico la empezó a guiar de manera lenta a su destino. Una mariposa blanca se posó sobre su ventana y se perdió tanto en ella que, sin percatarse, chocó con el auto de en frente. Como buen hombre, claro, el conductor de dicho auto no entendía que ese día era su matrimonio, una fecha importantísima (como nuestros ancestros tanto nos hicieron creer). La enfrascó en una discusión eterna. Las horas pasaban sin que ella lo notara, pero nunca lo vio como una señal.
Al fin lograron llegar a un acuerdo: la princesa pagaría 50 dólares, así se libró de aquel sujeto.
Pero su maquilladora y su estilista la esperaban en casa totalmente desesperadas. Su matrimonio se celebraba a las seis de la tarde. Eran las cinco y ella recién llegaba a acicalarse para su gran noche. Entre brincos y apuros lograron maquillarla, peinarla y vestirla. Ya no pudo hacer que embellezcan a su madre, pues el tiempo estaba totalmente encima.
Eran las seis de la tarde, hora de la ceremonia y la princesa seguía en casa. Tampoco lo tomó como una señal. Su celular explotaba de tantas llamadas; pero, como era evidente, no iba a contestar.
Su hermano fue a verla y la “secuestró” rumbo a la iglesia. Al llegar, se encontró con la grata sorpresa de que la misa había comenzado en su ausencia, pues el curita no podía retrasar la siguiente misa.
“¡¡¡Qué más da -se dijo a sí misma-, ya estoy aquí, a punto de que se haga realidad el cuento de hadas!!!”.
***
Eso pensé, que era el día más feliz porque estaba cumpliendo mis sueños de casarme de blanco, con mi príncipe y dentro de mí, un hijo que sería lo que los uniría para siempre...
***
¿¿¿¿Y vivieron felices por siempre????
Pues ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO!
El príncipe solo era el bufón de siempre, que aprovechó la convivencia para sacar a la luz la verdadera esencia que siempre tuvo, solo que los ojos de la princesa no querían verlo: un mantenido, narcisista y agresor que, cuando nació su hijo, acrecentó su ego.
***
Yo ya no me sentía una princesa, más bien era un sapo femenino que solo lloraba porque estaba sola, no tenía a nadie... solo a ese pequeño que se convirtió en mi gran amor.
***
Los problemas surgieron ya que perdió su trabajo, se aumentaron las deudas. El quemeimportismo por su hijo eran evidentes; por todo esto, la princesa sufrió de sus males más profundos: depresión posparto, que lo superó por el gran amor que tenía a su lado, su pequeño príncipe.
***
En una tarde, donde estaba agobiada por el trabajo, la maternidad y el hogar, al regresar de visita de casa de mi madre, le encontré que no dio de comer al bebé. Fue el inicio de una acalorada discusión que terminó en agresión, al extremo de que los vecinos llamaron a la policía y lo sacaron. ¿El resultado? Moretones, dolores físicos, pero más fue el romperse en mil pedazos el cuento de hadas... aquel príncipe fue siempre un bufón y un sapo de lo peor.
***
¡¡Noticia, noticia!!
La princesa se divorció después de diez años de noviazgo y un año y medio de matrimonio.
***
Aquel “príncipe” insistió y muchas veces estuve a punto de sucumbir; pero, por mí y mi verdadero amor, mi hijo, no lo permití, ya que hubo dos agresiones más que abrieron mis ojos para siempre.
***
Después de algunos años apareció por fin su príncipe anhelado. Menor, pero igual en carencias, corazón roto y similares en personalidad e ilusiones. Fueron momentos de felicidad que resultaron un espejismo... nuevamente solo fue un espejismo, ya que aquel sí era un príncipe, pero pensaba que era un lacayo no merecedor de la princesa. ¿La quiso? Nunca pudo responderse esa pregunta. La princesa guarda en su corazón que sí la quiso y todos los momentos felices a su lado, ya que él también se esfumó para siempre...
Y ahora la princesa es una mujer que continúa sanando su alma, con la soledad como su mejor amiga, valiéndose por sí misma, para no depender de ningún “príncipe”, en un trabajo que luchó por conseguir y con su hijo que es su motor para seguir viviendo. Pero, sobre todo, libre como la mariposa blanca que aquel sábado se posó en su ventana cuando su alegría rebosaba por creer cumplir sus sueños que fueron solo fruto de los cuentos de hadas y novelas... Ahora es más atenta a las señales que antes, por querer ser una princesa, no las vio o no quiso ver.
damitaromantica